Fallecimiento de dos Profesores de la Escuela de Derecho de Santiago, señores Alfonso García Gerkens y Enrique Rodríguez Mac-Iver.

La Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, ha perdido en 1941, dos de sus más distinguidos profesores, los señores Alfonso García Gerkins y Enrique Rodríguez Mac-Iver. El señor García Gergins desempeñaba la cátedra de Medicina Legal en la Escuela de Derecho de Santiago; don Enrique Rodríguez Mac-Iver era profesor de Derecho Constitucional en esa misma Escuela, y había sido designado recientemente miembro, académico de la Facultad; fue durante muchos años profesor de Derecho Constitucional en, la Escuela de Derecho de Valparaíso. Se insertan a continuación los discursos pronunciados en los funerales de ambos catedráticos.

 

Discurso del profesor señor Gabriel Amunátegui, en los funerales del señor Enrique Rodríguez Mac-Iver

Señores: La Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, cuya representación investimos, nos ha confiado la amarga misión de exteriorizar su hondo sentir ante el féretro de don Enrique Rodríguez Mac-Iver, catedrático de Derecho Constitucional y, con sincero recogimiento, cumplimos con el mandato de la Corporación. Político honesto, eficiente parlamentario, idóneo consejero de Instituciones de crédito, hombre de sólida versación jurídica, el señor Rodríguez Mac-Iver podía exhibir un rasgo aun mas interesante de su completa personalidad. Don Enrique, como cariñosamente le llamábamos sus compañeros y alumnos, era un maestro en el legitimo significado de esa expresión. Un maestro: desde su aspecto físico de severo corte, que revelaba su próxima ascendencia británica; de vasta cultura general y de particular especialización en las disciplinas hacia las cuales orientara sus estudios; de rígido cumplimiento de sus deberes y de sincero afecto hacia sus discípulos. El político y parlamentario desengañado ciertamente de aquellas actividades encontró la quietud de su espíritu y el hombre honradamente interesado por la cosa pública, su válvula de escape, en la tranquilidad del claustro universitario. Allí, sin concurrencia en tribunas y galerías, sin taquígrafos que recojan discursos circunstanciales, sin columnas de prensa que divulguen esa fácil oratoria, el maestro, de día en día, de año en año, con la fe del sembrador iba quietamente desparramando entre sus discípulos la semilla de la sana doctrina política. Y sus clases eran siempre matizadas con anécdotas históricas extraídas de su interesante vida de político y de su conocimiento personal de los hombres públicos de nuestra tierra. Colegas de asignatura, trabajamos juntos largas horas en la áspera e ingrata función examinadora. Y el obligado cumplimiento del deber funcionario era amenizado, de rato en rato, con breves y agudas observaciones de don Enrique, reveladoras de su criterio, fino escepticismo y humana comprensión de los hombres y de las cosas. Ante esta tumba, en la que encuentra su natural epilogo la trayectoria de toda vida, queremos evocar un delicado gesto suyo. Al sentir doblegada su entereza por la enfermedad que traidora lo acechaba, le fué médicamente prescrito un absoluto reposo: el profesor, sorprendido dentro del año escolar, sintió ante todo el abandono de su curso y el perjuicio que irrogaría a sus alumnos. Y sólo al saber que uno de sus colegas se hacia cargo gustosamente de su reemplazo material, sólo en ese instante aceptó someterse al tratamiento médico, que debería detener la enfermedad durante algún tiempo. Jamás perdió la esperanza de retornar a sus clases: hace pocos días nos encontramos fortuitamente y sus palabras traslucieron aquella idea que siempre aleteaba en su espíritu. En estos momentos, al ser evocadas a grandes rasgos las características de este maestro ejemplar, don Enrique nos dicta con ellas su última lección.

Discurso pronunciado por el Decano, señor Arturo Alessandri Rodríguez, en los funerales del profesor Alfonso García Gerkens, el 3 de Septiembre de 1941.

Señores:

El destino tiene, a veces, crueldades tales que ante ellas se rebelan aun los hombres de espíritu mas ecuánime. Es el caso de Alfonso García Gerkens. Talentoso, discreto, caballero en todo cuanto encierra de noble esta expresión, hombre de bien a carta cabal, cae tronchado en plena juventud, cuando su esfuerzo y preparación le abrían ya las puertas del éxito en sus actividades profesionales y cuando su hogar se alegraba con las risas infantiles de aquellos que, aunque en un principio tardaron en venir, llegaron por fin para que se cumpliera así la ley inexorable de la vida, que es creación y renovación permanentes. Y también para que la dicha fuera completa en el hogar formado en plena juventud y en fuerza de un cariño nacido en los albores de la adolescencia. Alfonso García Gerkens era hijo de sus obras. Aunque de una familia ajena a las disciplinas jurídicas, sintió brillar en él esa luz interior que guía a quienes realmente han de ser los sacerdotes del Derecho. Desde que ingreso a la Escuela, destacóse entre sus compañeros por su inteligencia, su dedicación al estudio y el exacto cumplimiento de sus deberes. Fue, en verdad, un alumno brillante. Estas cualidades no podían pasar inadvertidas para sus maestros. A poco de abandonar las aulas, la Facultad que tengo el honor de presidir lo llamo a desempeñar la cátedra de Medicina Legal como profesor agregado. García Gerkens se entregó de lleno a sus actividades docentes, con esa abnegacion y entusiasmo de que sólo son capaces los espíritus superiores y con esa seriedad y honradez propias de los verdaderos maestros. Su palabra fácil y elegante, la solidez de sus conocimientos, su natural bondad, la simpatía toda, que irradiaba su persona, le atrajeron pronto el aprecio y el respeto de los alumnos y de sus colegas de profesorado. Por eso, cuando en 1940 se creo una nueva cátedra de Medicina Legal, su designación como titular se impuso en forma espontánea y unánime como el justo reconocimiento de sus méritos y de su desinteresada y eficiente labor de cinco años. Ha, querido ahora el destino que su voz ya no resuene nuevamente en las aulas de nuestra Escuela, que la Facultad no lo siga contando entre sus miembros y que sus amigos quedemos privados de su afable compañía. Los crueles designios se han cumplido. Contra ellos nada puede el hombre. Pero hay algo que esa crueldad no puede impedir, y es que ante esta tumba tan prematuramente abierta expresemos al amigo que se va para no volver el dolor que en estos momentos nos embarga y la emoción con que le damos nuestro ultimo adiós, emoción silenciosa y profunda, como cuadra a hombres endurecidos por el trabajo y la cotidiana labor, pero de nobles corazones y de sentimientos delicados. La Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile se inclina respetuosa ante los rectos del que hasta ayer fuera uno de sus miembros mas distinguidos.

Discurso pronunciado por el profesor señor Luis Cousiño en los funerales de don Alfonso García Gerkens

Señores:

En nombre del Instituto de Ciencias Penales cumplo con el dolorosísimo deber -el más amargo que pudiera experimentar- de despedir los restos mortales de Alfonso García Gerkens, que fué en vida uno de los más entusiastas y eficientes servidores de la Institución, desde la fecha, ya algo alejada, de su nacimiento, hasta los momentos en que, ignorante del próximo y cruel destino que debía alejarlo de nosotros, se celebraba la última sesión ordinaria. Durante este período de tiempo no hubo labor que Alfonso García no realizara en obsequio del Instituto, que tuvo -y tendrá siempre en el futuro- a honra contarlo entre sus miembros; desde el sacrificio de abandonar a los suyos y a sus tareas profesionales, para trasmontar los Andes y representar a nuestro país, en forma brillante, durante el desarrollo del Primer Congreso Latino-Americano de Criminología, hasta la labor más silenciosa y callada, pero muchísimo más útil y duradera, de redactar diversos proyectos de leyes sobre materias atingentes con su especialidad y conocimientos: la Medicina Legal. Es frecuente, señores, que se rememoren las condiciones de simpatía y afecto de los muertos que pueblan esta inmensa extensión de mármol y concreto, de todas aquellas acciones que los hicieron dignos de ser queridos de sus familiares y conocidos. ¡Sería decir muy poco de Alfonso García! Por encima de estas cualidades flotaban numerosas virtudes intangibles - tan escasas entre nosotros - que hacen que se adquiera por algunos seres algo más que un simple vinculo afectivo: un férreo eslabón de estimación. Estoy cierto que no existe quien, alternando con Alfonso García, no sintiera la fuerza avasalladora de su personalidad ética e intelectual: pocos, como él, tendrán grabado tan indeleblemente el concepto del deber; ¡hasta en los delirios febriles de sus últimos momentos las imágenes que lo rodeaban, fuera de los familiares, eran las de su cátedra y de su profesión! ¡Que hermoso y magnifico ejemplo para nuestros semejantes!. Correcto y ponderado en su vestir parece que hubiera querido exteriorizar inconscientemente sus condiciones de carácter: jamás un juicio precipitado pudo arrancarle un mal pensamiento o una actitud intemperante; por el contrario, cada una de sus palabras, de sus consejos, de sus acciones, correspondía a un sereno, imparcial y docto razonamiento. ¡Nadie habría creído que apenas llegaba a los treinta y tres años, con un bagaje tan cargado de experiencias!. Señores: no es solo el Instituto de Ciencias Penales el que sufre una cruenta sangría; la experimentan, con mucho más violencia, un hogar modelo cuyos cimientos se quebrantan; la Universidad de Chile, que pierde al caballeroso, culto y abnegado maestro de la Facultad de Derecho ; la orden de los Abogados ; y, en general, el país entero, que tanto podían esperar todavía de sus no frecuentes dotes. Es por esto que yo digo que la pérdida de Alfonso García es irreparable: cuan difícil seria encontrar quien llenara su lugar, con las mismas condiciones de eficiencia, de moralidad, de rectitud, de afectos, de sentimientos. . . ¡ era todo un hombre Alfonso García !

Discurso de don Federico Cruz Lavín en nombre del 5:° año de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile en los funerales de don Alfonso García Gerkens.

Señores:

Los alumnos de la Escuela de Derecho sentimos nuestros corazones deprimidos por una amarga y angustiosa emoción, al dar el adiós postrero a uno de nuestros más brillantes y distinguidos profesores: Alfonso García Gerkens. Este sentimiento es mas sensible y desgarrador para quienes tuvimos la fortuna de ser sus alumnos. ¡Cuán lejos estábamos de pensar que pudiera cegarse una vida a la cual nos ligara tanto afecto y admiración! Pero el destino, ha querido privarnos de un amigo sincero y de un maestro ejemplar. A través de sus enseñanzas, pudimos apreciar las bellas cualidades de su espíritu, donde brillaban conjuntamente una clara inteligencia, naturales aptitudes didácticas, vasta erudición y nobles sentimientos. Sus clases, fueron siempre acopio de conocimientos, que, expuestos en forma clara y precisa, se orientaron hacia dos finalidades bien determinadas: aumentar el bagaje cultural de sus alumnos y formar en ellos un sólido criterio jurídico. Su labor, se ha visto enmudecida por el dictado de un acontecimiento inevitable. La verdadera vida, la vida imperecedera, aquella que no tiene limites en el tiempo ni en el espacio y que está lejos de las amarguras de esta tierra, desde ayer ha empezado para él. Su espíritu vivirá, eternamente en el más allá; su recuerdo vivirá para siempre en el corazón de sus alumnos.