THE BALANCE SHEETS OF IMPERIALISM FACTS AND FIGURES ON COLONIES BY GROVER CLARK.- Columbia University Presa.-1936.

Durante los cuatro siglos que ha durado el proceso de expansión colonial, de las potencias europeas, el desarrollo de esta política imperialista ha ocasionado a las naciones conquistadoras fuertes gastos y la pérdida de un número considerable de vidas. Ha dado lugar, además, a antagonismos internacionales que han perturbado la paz del mundo y que traerán consigo, seguramente, nuevas dificultades en el porvenir. Los países colonizadores han obtenido en cambio ventajas económicas. Cabe entonces preguntarse si estas ventajas compensan suficientemente los gastos, la pérdida de vidas y las perturbaciones internacionales que la política de expansión colonial origina. Es la cuestión que se propone estudiar Mr. Grover Clark en su obra 'The balance sheets of imperialism'. Compendiamos en seguida sus principales puntos de vista acerca del problema planteado y su solución en beneficio de la paz y de la armonía internacionales.

Puede afirmarse que, hasta el año 1800, más o menos, la posesión de colonias produce, en general, utilidades a las naciones dominadoras, sin considerar, naturalmente, el valor económico de las vidas sacrificadas en la conquista y coloniazación de los territorios sometidos.

Desde 1800 a 1880, los gobiernos gastaron en el mantenimiento de sus colonias mucho más de lo que recibieron de ellas. Estas pérdidas recayeron, en último término, sobre los contribuyentes de la metrópoli. Pero loe intereses privados obtuvieron, durante este período, apreciables eneficios en el comercio con los territorios de ultramar. Puede estimarse prudentemente que las, pérdidas fiscales fueron compensadas, dentro de la economía nacional de la metrópoli, por los beneficios a que acabamos de referirnos.

Durante el período que se extiende desde 1880 hasta 1930, se puede observar que los gastos originados por la ocupación militar de un territorio crecen en tal proporción que las ventajas comerciales no pueden compensar en manera alguna, dentro de la economía nacional del país conquistador, las pérdidas efectivas experimentadse por el erario público. La posesión de colonias es causa, además, de un aumento considerable de los gastos militaras y navales de la metrópoli, la cual se ve obligarla a mantener un ejército y una escuadra más poderosos de los que necesitada si no poseyese colonias. En consecuencia, seda necesario cargar a la cuenta de las colonias una parte apreciable de dichos gastos. En la gestación de la guerra europea juega, por otra parte, un rol considerable la aspiración general entre las grandes potencias, de ampliar o de constituir su imperio colonial. Será necesario entonces cargar también en parte, a las colonias, los enormes gastos producidos por cae gran conflicto bélico.

De lo dicho se desprende que la posesión de un imperio colonial es económicamente ruinosa para las naciones colonizadoras.

Se han dado, sin embargo, varias razones para justificar esta política imperialista, que ha movido los principales pueblos de Occidente durante cuatro siglos, y últimamente también al Japón, a tratar de extender su dominación territorial. Se ha dicho, en primer lugar, que las colonias son de gran utilidad para la metrópoli porque sirven para dar cabida al exceso de población de esta última. Se ha dicho también que la posesión de colonias proporciona a la metrópoli oportunidades para desarrollar relaciones comerciales ventajosas. Se ha afirmado por último que, gracias al dominio político de los territorios colonizados, la nación conquistadora, país generalmente de avanzado industrialismo, logra controlar las fuentes de producción de materias primas para proveer sus fábricas.

El estudio sistemático de las estadísticas relativas al movimiento demográfico exterior de las principales naciones colonizadoras y de sus colonias y del comercio exterior de unas y otras, permite asegurar que, en los últimos 50 años, ninguno de esos fines ha sido satisfecho plenamente. La posesión de un imperio colonial representa hoy, para el país dominador, una carga económica efectiva no compensada con las ventajas que dicha posesión engendra.

A pesar de todo lo que se ha dicho sobre el valor de las colonias para colocar en ellas los excedentes de población de la metrópoli sin que los emigrados pierdan su nacionalidad, el número de individuos que emigró de Europa, durante el último medio siglo, a los países controlados políticamente por gobiernos europeos, excluyendo los dominios británicos, representa menos del 0,3% del aumento de la población de Europa en el curso de dicho período y sólo el 2,6%, de la emigración total de Europa durante el mismo lapso de tiempo.

En 1913, veinte años después que Alemania obtuvo la mayor parte de sus colonias, sólo había 20 mil alemanes en todas las colonias germánicas. Este suma es inferior a la mitad del número de alemanes que residían en 1930 en un solo barrio de Nueva York, el que tiene menos población germánica de los cuatro principales de la ciudad.

En los años transcurridos entre 1815 y 1933, solamente el 3,5% de los pasajeros que se embarcaron en los puertos ingleses con rumbo a otros continentes, se dirigió a territorios que estaban bajo el control político de Gran Bretaña, excluyendo los dominios.

Los que abandonan su patria se dirigen a los países donde creen encontrar mayores oportunidades, mayor libertad, o más fáciles condiciones de vida. No se preguntan si esos países son o no colonias de su patria.

Tampoco es efectivo que el control de las materias primas producidas por las colonias origine ventajas económicas en tiempos de paz y aumente la seguridad nacional en tiempo de guerra.

Iniciada una guerra, el acceso a las materias primas no depende de que la nación beligerante posea el control político de los territorios en que se encuentran ubicados, sino de su capacidad para mantener expeditas sus comunicaciones con dichas fuentes.

En tiempo de paz, para que haya ventajas económicas positivas, es necesario monopolizar las fuentes de producción de una determinada materia prima. Esto es, en los tiempos actuales, prácticamente irrealizable. La incorporación constante a la producción mundial de nuevas fuentes de materias primas minerales y agrícolas, y el reemplazo, cada vez más frecuente, de las materias primas naturales pos substitutos químicos, hacen hoy imposible la constitución de un monopolio de esta naturaleza. No es difícil además observar, a través de las estadísticas; que ninguna de las grandes naciones colonizadoras ha prado independizarse, gracias a su imperio colonial, de las fuentes extranjeras de aprovisionamiento.

Ninguna de ellas alcanza a desarrollar la cuarta parte de su comercio exterior con sus colonias. Entre los años 1929 y 1934, cuando el comercio del Japón con sus colonias llegó a ser proporcionalmente más alto con relación a su comercio exterior total, dicho país hizo solamente el 22% de su comercio exterior total con países sujetos a su control político. El comercio de Inglaterra con sus colonias, incluyendo los dominios, alcanzó, después de la Convención de Otawa a una suma ligeramente superior a 1/3 de su comercio exterior total. Si se excluyen los dominios, la proporción se reduce a un 15%.

Ninguno de los países colonizadores obtienen de los territorios ultramarinos que controla políticamente más de un 20% de las materias primas y de los artículos alimenticios que requiere. Tampoco vende a esas regiones más de 1/3 de la producción industrial que exporta. Incluyendo los dominios, el Reino Unido obtiene poco más de 1/3 de los productos alimenticios para su consumo y de las materias primas para su industria de los países comprendidos dentro del Imperio y vende, a dichos países, menos de la mitad de los productos industriales que exporta.

Eliminados los dominios, Inglaterra queda comprendida en la regla general.

El comercio total de Italia con sus colonias, desde 1894 hasta 1931, fué inferior al 1 % de su comercio exterior total. Entre 1913 y 1932, Italia gastó en sus colonias 6.856 millones de liras, suma superior en 1.300 millones al monto total dc su comercio con ellas durante 40 años Los seis primeros meses de la guerra de Etiopía han demandado a Mussolini un derroche de 10,000 millones de liras.

Las potencias colonizadoras depender, siempre más de las fuentes extranjeras de aprovisionamiento que de las fuentes ubicadas dentro de sus colonias.

Es evidente que el control político trae consigo ciertas ventajas, pero es un hecho establecido que todas las colonias mantienen relaciones comerciales con otros países. Así se demuestra que la metrópoli habría podido comerciar con ellas aunque dicho control no hubiera existido. No es posible, naturalmente, determinar en qué medida se habría reducido el comercio entre la metrópoli y sus colonias en el caso indicado. Es curioso, por lo demás, anotar, que durante 'el último medio siglo, el comercio de Gran Bretaña con sus colonias ha disminuído y ha crecido, en cambio, el que mantiene con los dominios. Recíprocamente, ha crecido el comercio de los dominios con el Reino Unido y se ha reducido el comercio de las colonias inglesas con su metrópoli.

La situación existente no es ventajosa para nadie. Engendra odios y rivalidades entre las potencias colonizadoras y se mantiene en estado de permanente descontento entre los países sometidos. No se resolvería el problema si las naciones que poseen colonias renunciaran al control que ejercen; hay territorios cuya población es incapaz de organizarse políticamente en forma que les permitiese alternar con los demás pueblos dentro de la comunidad internacional. La supresión del control político produciría, en estos caeos, el caos y con él, dificultades mayores que las antes existentes. Es necesario pites conservar, en la mayor parte de los casos, el control político de una potencia extranjera, Pero la administración de los territorios coloniales debe hacerse en condiciones que aseguren a los extranjeros cualquiera que sea su nacionalidad, las mismas oportunidades. Es lo que ya han hecho Inglaterra y Holanda. Los derechos aduaneros deben ser en esos territorios iguales para todos y no deben perseguir otro fin que suministrar rentas a la administración pública.

Conviene, además, dar a esta política un carácter permanente por medio de un convenio internacional. En una palabra, se trataría de generalizar el régimen de los mandatos creado por la Sociedad de las Naciones. Para realizar este plan, se tropezaría con la mentalidad de los gobernantes dominados por estrechos prejuicios nacionalistas, y por el sentimiento de la gloria que trae consigo la posesión de un vasto imperio colonial, tan profundamente arraigado en el alma de los pueblos.

Hasta aquí el autor.

Por nuestra parte formularemos algunas observaciones.

Es el poderío militar lo que determina la capacidad de una nación para convertirse en potencia colonial y no la posesión de un imperio colonial ya formado, lo que mueve a un país a incrementar sus armamentos. Las naciones que hoy no son grandes potencias y que poseen considerable imperio colonial lo fueron, por lo menos desde el punto de vista marítimo, en otro tiempo. Por lo demás, es la potencia de su economía nacional lo que permite a un pueblo alcanzar un gran poderío militar. Alemania, aunque no posea colonias en la actualidad, es una gran potencia; Portugal, aunque es dueño de un imperio colonial considerable, no lo es. Y serían inútiles, dada la escasa potencia de su economía nacional, los esfuerzos que la nación lusitana hiciera para aumentar sus fuerzas armadas en la medida en que ellas pudieran llegar a constituir un medio eficiente para proteger sus colonias. En todo tiempo, naturalmente, los gobiernos que controlan territorios ultramarinos considerables han invocado la protección de esos territorios como un argumento para justificar el desarrollo de sus fuerzas armadas.

Conviene no olvidar que esta política de absorción territorial lleva envuelta, aunque no confesada, el ansia de dominio universal con que han soñado, en todos los tiempos, los estadistas de las naciones poderosas. Secundariamente, esta política tiende a impedir el predominio internacional de las potencias rivales.

Cualquiera de estos dos fines justifica por sí solo, desde el punto de vista nacional de la metrópoli, los sacrificios que los contribuyentes hagan para mantener el imperio colonial.

La capacidad de un territorio colonial para absorber exceso de población está determinada principalmente por sus condiciones climatéricas, por la densidad de la población indígena y por el grado en que difiera la cultura autóctona y la metropolitana, en el caso de que el país conquistado posea una vieja y avanzada cultura, como acontece a menudo en el Oriente. Además, los países coloniales que experimentan un rápido progreso económico tienen un poder para absorber inmigrantes considerable. Es por las razones expuestas que los europeos no emigran generalmente al Asia o al Africa, sino a América. Pero no debemos olvidar que los países americanos favorecidos con dicha emigración fueron colonias inglesas, españolas o portuguesas. Es el esfuerzo colonizador formidable desplegado en otros tiempos por tres grandes pueblos-Inglaterra, España y Portugal -lo qué permite al europeo de hoy emigrar a los países independientes de América. Y si estos países son en la actualidad pueblos libres, ello se debe a que en su territorio se establecieron fuertes núcleos de población europea. Algo análogo pasa con los dominios británicos.

Conviene anotar además, que aunque el número de nacionales provenientes del país colonizador avecindado en una colonia sea pequeño, puede tener considerable significación: ese grupo estará formado seguramente por funcionarios, militares; comerciantes, jefes y altos empleados de las empresas explotadoras de las riquezas coloniales. Todos ellos ganan su vida holgadamente fuera de su país y se mantienen fuertemente ligados a su patria de origen. No sólo hay exceso de población en las clases bajas; lo hay también en las clases superiores. Estos elementos juegan un rol tal en el desarrollo de una política imperialista que no deben ser apreciados sólo numéricamente sino también por la importancia de la función política, militar o económica que cumplen.

No debe olvidarse tampoco que, según se comprueba con la experiencia de la guerra europea y de otros conflictos bélicos posteriores, las colonias pueden proveer, cuando su población ha sido suficientemente adiestrada desde el punto de vista militar, de material humano para la guerra moderna.

Las naciones de elevada capacidad económica necesitan colocar en cl exterior loa capitales de que dispone en exceso su economía nacional. Será siempre más seguro colocar esos capitales en territorios sometidos a su control político que invertirlos en otros países por muchas garantías que estos últimos ofrezcan. Basta recordar las dificultades con que tropiezan hoy las compañías extranjeras en los países sometidos al régimen del control de cambio para retirar sus utilidades.

Será necesario estudiar la balanza de pagos entre la metrópoli y sus colonias. Habrá que hacer un estudio estadístico de los capitales de la metrópoli invertidas en cada territorio colonial y de las utilidades que ellos producen. ¿Qué mima de dinero es enviada anualmente a la metrópoli, desde cada colonia, por el capítulo de utilidades de los capitales metroplitanos invertidos en ellas?

En Chile, país semi-colonial desde el punto de vista económico, los capitales extranjeros invertidos en empresas de diversa índole ascendían, según cálculos hechos por el Banco Central de Chile en 1931, a 7.300 millones de pesos de 6 peniques. Las utilidades de estas empresas extranjeras salían en su totalidad del país.

Debemos considerar que el autor afirma haber tomado en cuenta informaciones estadísticas que no reproduce. Dichas informaciones pueden referirse a este rubro tan importante de la balanza de pagos de un país colonial y haber influido en las conclusiones a que llega; por nuestra parte estimamos tan fundamental el estudio de este aspecto de la subordinación económica de las colonias a la metrópoli, que creemos debió merecer un párrafo especial, análogo al que el autor dedica al comercio y al control de las materias primas.

Parece oportuno además recordar que el régimen colonial ha permitido al país poseedor del más vasto imperio colonial de todos los tiempos, Gran Bretaña, organizar esa admirable confederación de pueblos libres constituida por los dominios que integran el Imperio, que es hoy, en oposición a la vacilante Sociedad de las Naciones de Ginebra, la única sociedad real de naciones existentes.

Esta experiencia de feliz perfeccionamiento de un imperio colonial constituye una razón para justificar, ante la Historia, una política de expansión colonial.

Si el mundo necesita marchar hacia su unificación política, los resultados de la evolución del sistema colonial inglés constituyen una experiencia útil a la Humanidad.

Los pueblos colonizadores tienen un rol particular en la Historia. Gracias a su acción, se incorporan al mundo civilizado la mayor parte de las regiones del globo. La civilización europea adquiere cierta hegemonía sobre todo el Universo. Y si el Japón permanece por una parte fiel a su cultura milenaria, es por otra, gracias a su asimilación de la técnica y de los procedimientos económicos de Occidente, como ha podido alcanzar su actual poderío. El proceso de expansión colonial tiene un sentido profundo, no es un mero procedimiento para engendrar un provecho económico inmediato.

Para concluir, diremos que la obra de Mr. Clark, fundada sobre la base de un bien elaborado y abundante material estadístico, constituye un valioso aporte al estudio del problema colonial. Estimamos, sin embargo, que la investigación no ha sido agotada. Entre las ventajas económicas de la metrópoli, deben figurar las utilidades de las empresas formadas con capitales del país conquistador que exploten riquezas coloniales y los fletes que las colonias paguen a empresas navieras metropolitanas. Pero aunque este elemento hubiera sido debidamente apreciado el autor sólo lograrla comprobar la relatividad de las ventajas que para una nación trae consigo la posesión de un imperio colonial. Para apreciar en toda su complejidad el proceso de expansión colonial iniciado en los comienzos de la Edad Moderna, sería necesario considerar una serie de factores que Mr, Clark no ha tomado en cuenta, a consecuencia del carácter limitado del plan que se trazó. Este estudio constituiría, además de una investigación estadística, una interpretación de la historia Universal durante los últimos cuatro siglos.

ENRIQUE L. MARSHALL.

TRATADO PRACTICO DE LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES, DE LA SOCIEDAD CONYUGAL Y DE LOS BIENES RESERVADOS DE LA MUJER CASADA, por Arturo Alessandri Rodríguez.

I

Dentro del vasto campo de la práctica y especialmente del estudio de las Ciencias Jurídicas Modernas, la rama más importante, por razón de la trascendencia que tiene en la vida de la sociedad actual, es, sin duda, la constituída por el Derecho Privado, que regula todo lo pertinente a la propiedad y las relaciones de la familia.

Con fundamento sostienen los más cultos tratadistas, aquellos que con mirada penetrante llegan más allá de lo que el ejercicio de la profesión permite a la generalidad, que en el Derecho Privado descansa no sólo la existencia económica de cada cual, sino que el orden social entero con sus diferentes grados de posesión. Cualquier cambio que se realice en los dominios del Derecho Privado adquiere gran trascendencia, mayor que en cualquiera otra rama del orden jurídico.Ilustres autores estiman que, dentro de la sociedad organizada, todo ataque dirigido a las normas fijadas por el Derecho Privado vigente constituye de hecho la más peligrosa tentativa de destrucción social y de la vida económica, porque no sólo se procede contra la comunidad, sino que contra cada individuo en particular. ¿Qué razón de ser tiene esto? Ello es evidente: las personas estiman su propiedad y su familia como un «pedazo de sí mismos, como algo muy sagrado».

Lo expuesto no significa que jamás puedan realizarse cambios en las prescripciones de este derecho. En realidad, los ha habido y los hay. Pero ellos se presentan con mucha lentitud, podríamos decir que sólo el correr de los siglos los ocasiona, en forma muchas veces, imperceptible para los que viven en una época.

Y aquellos diferentes grados de posesión en el orden establecido dan lugar a los contrastes sociales y a la lucha de clases en el seno de la colectividad. De aquí que sea menester justificar la existencia del Derecho Privado, partiendo de la base de que en los comienzos de la historia del mundo reina el más completo comunismo, muy explicable por la escasa población y la falta absoluta de intereses creados. En los tiempos primitivos no vive económicamente, desde el punto de vista del Derecho Privado, el individuo, sino que la masa. De ahí que, entonces, hubiera sólo Derecho Público. La propiedad privada nace lentamente, se forma, paso a paso, y con el transcurso de los siglos se reconocen los principios al Derecho Privado, aceptándose el poder del individuo en materia de posesión.

Este es un acontecimiento de trascendental importancia en la historia de la humanidad. Es un acontecimiento que da la norma básica de la organización social del futuro. Según la brillante expresión de un maestro, es el acontecimiento que atribuye a los dioses el poder de iluminar el camino de los pueblos, con los hachones encendidos del derecho.

El desenvolvimiento de la vida económica posterior y de la cultura general se apoyan principalmente en el reconocimiento de la personalidad independiente así creada, que ya no puede existir sin derechos de propiedad privada y de familia en la aceptación del régimen imperante.

Esta es la justificación dada a la propiedad y al Derecho Privado. La cultura del presente es el resultado del imperio del Derecho Privado en todos los dominios de la sociedad, pues al amparo de él se desarrolla y progresa la vida ciudadana, así en su aspecto material, como en su aspecto intelectual y moral.

Sentada esta base, queremos referirnos a la obra que en los dominios del Derecho Privado acaba de publicar nuestro colega de Facultad el profesor de Derecho Civil de la Universidad de Chile, don Arturo Alessandri Rodríguez, intitulada «Tratado Práctico de las capitulaciones matrimoniales, de la sociedad conyugal y de los bienes reservados a la mujer casada».El libro trata, como vemos, de puntos fundamentales de derecho de la familia. La trascendencia general de la materia en estudio se puede apreciar por la consideración que hace su autor en la página 37, en donde dice: «Las cuestiones relacionadas con los regímenes matrimoniales no sólo afectan e interesan a los cónyuges, a los hijos y a los terceros con quienes aquéllos contraten, sino a la organización social y a la economía general de la nación, ya que el régimen que se adopte influye en ellas de muy diversa manera. Por eso, las evoluciones sociales, políticas, económicas y morales tienen grande influencia en esta materia y en la legislación referente a la misma. De ahí también que a toda transformación social, política o económica de la sociedad corresponda, de ordinario, una reforma en el régimen matrimonial».El derecho de la familia es el fundamento sobre que descansa la vida de la colectividad. Como dice muy claramente un jurista, sin la familia del presente, es imposible concebir la cultura del presente. En un principio, sobre todo en los tiempos de los nómades, se forma la gran «familia», que con una misma sangre compone una vasta parentela, en que cada cual es impotente para subsistir independientemente, pero en que, con la unión de varias de esas familias, se ofrece la base de la formación del Estado. En la constitución de la sociedad moderna aparece como fenómeno de progreso cultural de vasto alcance la formación de la «pequeña familia», de la familia del individuo en particular, con su economía propia y con capacidad de subsistencia independiente.. Con la organización de la pequeña familia y en un ambiente de amor íntimo, nació la libertad de cada cual, amparada por un derecho que conduce a la formación del espíritu de la vida de familia.

El gran problema del derecho de la familia es, según los pensadores más destacados, saber hasta dónde puede q debe llegar la fuerza de la imposición representada por el derecho. Se estima que el matrimonio cristiano es el ideal del matrimonio; pero el desarrollo del derecho no acepta que el matrimonio deba ser exclusivamente cristiano. La columna del orden familiar es el dominio del hombre en la casa. Un erudito profesor, que dice que el tiempo viejo hizo del hombre al señor absoluto de la casa, en que mujer y niños eran súbditos iguales para él, se pregunta si puede el derecho unir con la fuerza del hombre la protección legal de la personalidad de la mujer y de los niños y contesta que el desarrollo del derecho así lo afirma.

En realidad, aquí está contenido en esencial el derecho de la familia del Código Civil.

El señor Alessandri está en lo justo cuando dice que las cuestiones relacionadas con los regímenes matrimoniales afectan también a la organización social y a la economía general de la nación. Con ello no hace sino que colocarse en un pedestal (el alto pedestal del profesor universitario) en que pasa por su mirada por sobre los límites del profesional, para llegar al campo abierto de la vida colectiva, en el afán de penetrar al complejo de las relaciones económicas, políticas, sociales y morales. En el capítulo destinado al estudio de los bienes reservados de la mujer o sean los que ésta obtiene con su trabajo separado del marido y los que con ellos adquiera, el autor anota, con ánimo crítico, el régimen establecido por el Código Civil, que, promulgado en 1855, no contenía ninguna disposición especial sobre los productos del trabajo de la mujer. Anota los inconvenientes de este régimen especialmente en las clases asalariadas, en que «el marido, dice, tenia el derecho de tomar para sí, todo el producto del trabajo de la mujer, en que podía recibir el salario o los emolumentos devengados por ella sin que ésta pudiera evitar a menos que demandara la separación de bienes, que no es un procedimiento expedito y de fácil acceso para las personas de escasos recursos». Privar a la mujer del fruto de su esfuerzo para que el marido satisfaga sus vicios, agrega, es negarle «el derecho a la vida, agravar su condición, ya de por sí bastante amarga y dolorosa y poner en evidencia una de las tantas injusticias que aun existen en nuestros Códigos».

El autor se refiere en seguida a las leyes dictadas posteriormente para aminorar estos inconvenientes, como la N.° 1,969, de 1907; la N.° 4,059 de 1924; y la N.° 4,053, de 1924. Hace ver aquí cómo en innumerables partes en su extenso trabajo, la conveniencia de mejorar esta situación. «La deficiencia de esta legislación, dice en la página 622, y el hecho de que los inconvenientes apuntados cobraran mayor fuerza en estos últimos años, a causa de que las mujeres, siguiendo el ejemplo de lo que sucedió en los países europeos con motivo de la gran guerra, invadieran las fábricas y las oficinas públicas y particulares y se dedicaran a actividades

como las profesiones liberales, el periodismo, el corretaje, etc., que antes estaban reservadas a los hombres, hicieron pensar en la necesidad de una reforma al régimen establecido por el Código, a fin de reducir en parte las facultades del marido y extender la capacidad de la mujer, asegurándole, a la vez, la libre administración de los bienes adquiridos con su trabajo. Con criterio moderno, estima el autor que las leyes deben adaptarse a las necesidades sociales, si se ha de evitar que sean atropelladas por la fuerza de los acontecimientos, pues éstas son más poderosas que aquéllas. Sostiene con énfasis (página 823) que son las leyes las que deben adaptarse a las necesidades y no éstas a aquéllas.

En armonía con las aspiraciones de nuestro colega, haremos en un articulo próximo otras consideraciones acerca del trabajo económico de la mujer, como igualmente sobre el desarrollo del concepto social de la propiedad.

lI

Con el desarrollo más y más grande de la fábrica, a partir de las postrimerías del siglo XVIII, aumentó la producción de riquezas en forma ilimitada y se produjo el abaratamiento de la vida. La fábrica no sólo absorbió gran parte de la actividad del artesano, sino que aniquiló a la industria familiar. Las clases bajas empezaron a consumir una serie de artículos de elaboración fabril. Los historiadores de la Economía constatan el hecho de que tres cuartos de siglo atrás los trabajadores no usaban aún artículos de tejido en Europa; muchos de ellos andaban con los pies desnudos.

En la clase media tales objetos eran elaborados por la mujer, en el seno de la familia. Hoy día las fábricas preparan esos artículos e innumerables otros en condiciones tan económicas, que cualquier obrero está en situación de adquirirlos. La población se provee de indumentaria de que en épocas pasadas debió prescindir en absoluto.

Si de esta clase de productos pasamos a los de alimentación, podemos observar el correspondiente progreso: el azúcar, por ejemplo, estaba reservada en su consumo solamente a las clases acomodadas, llegando a constituirse para el pueblo un artículo de lujo, en tanto que, a partir más o menos de mediados del siglo pasado, su consumo, ya popularizado, se ha cuadruplicado por cabeza de población, según estadísticas recientes.

El desarrollo de la fábrica debió tener el más poderoso efecto sobre la industria familiar, en el sentido de absorber cada vez más sus actividades tradicionales. Y como tal industria ha sido ejercida principalmente por la mujer, ésta ha debido sufrir de modo inmediato las consecuencias. Todavía a principios del siglo XIX se elaboraban en las casas las ropas de los niños, las frazadas y los artículos de lana y algodón en uso en los campos.

La actividad económica de la mujer se concentraba por completo en estos y otros trabajos. La fabricación del pan tenía lugar, en la primera mitad de ese siglo, no sólo en el seno de las familias de los distritos rurales, sino que también en los urbanos. El beneficio de los animales, con la preparación de cecinas y demás fabricados, estaba a cargo del propio personal familiar. Lo mismo puede decirse de la elaboración de jarabes, mermeladas, quesos, etc.

El panorama industrial de hoy es completamente distinto. Todo se hace en establecimientos fabriles adecuados, organizados dentro de las ciudades o en puntos determinados, de manera que se ha despojado a las familias de los campos, y en gran manera también a las de los centros poblados, de un crecido número de ocupaciones, ejercidas de modo preponderante por la mujer, sin que la cultura moderna haya podido ofrecer una compensación al trabajo familiar. Efecto inevitable de ello ha debido ser el traslado de las jóvenes de la clase baja a las fábricas, y la cesantía de las de la clase media, ya que les ha faltado la esfera de acción adecuada.

Desde el punto de vista económico, este es el fundamento del problema de la mujer en los tiempos modernos. Las jóvenes más capaces aspiran ahora a crearse una situación fuera de la casa, aspiración que tiene, sin duda, la mayor justificación, dentro del actual desenvolvimiento de la vida económica. La mujer se empeña para este efecto, en adquirir una preparación espiritual que la habilite para luchar y ganarse la vida en buenas condiciones, acudiendo, por ejemplo, a las aulas universitarias a seguir los cursos en casi todas las ramas de la cultura.

Hay ahora necesidad social de facilitar el ingreso de la mujer a las ocupaciones. No es justificado oponerse a ello por temor a la competencia con los hombres. Pero deben reservarse a ella sólo las ramas profesionales en las cuales posea iguales condiciones que el hombre, excluyéndolas en absoluto de las en que haya peligro o menoscabo de su salud, por razón de la misión fundamental de la mujer. El prejuicio de que ella deba recogerse siempre a las actividades de la casa, debe desaparecer, porque la situación económica general ha evolucionado, y los usos deben adaptarse a las nuevas condiciones.

El señor Alessandri aplaude en su libro la dictación de la Ley N.° 5,521, de 19334, que reconoce a la mujer el derecho de dedícame libremente al ejercicio de cualquiera actividad lucrativa, de percibir el fruto de su trabajo y de disponer de él con entera libertad. Llama la atención a que esta ley salva las dificultades que ofrece el Código Civil y reduce la incapacidad de la mujer casada, sin destruir la potestad marital, pues se da al marido el derecho de solicitar del juez que prohiba a la mujer el ejercicio del empleo, oficio, profesión, industria o comercio inconveniente para ella o la familia. Estima que este régimen es el mejor. No es partidario de que se establezca la separación de bienes como régimen legal o falta de pacto escrito, aunque reconoce que en las clases asalariadas el régimen de separación sería beneficioso, pues aseguraría a la mujer 'el dominio y la administración de los bienes adquiridos con su trabajo (página 630). Refiriéndonos a la prohibición del ejercicio, por parte de la mujer, de un empleo, oficio, profesión, industria o comercio, hay que tener presente que el marido no puede ejercerla por sí mismo; sólo puede decretarla el juez. Con razón dice aquí el señor Alessandri que «hay una aplicación de los nuevos conceptos del derecho, según los cuales ni siquiera las potestades paterna y marital pueden ejercerse arbitrariamente: el criterio individualista del derecho subjetivo va cediendo el paso al criterio socialista del derecho función social». (página 699).

El autor toca aquí un punto de la cultura moderna sobre cual queremos hacer también nuestras observaciones, pues lo consideramos de importancia, sobre todo en cuanto se refiere a la propiedad.

Decíamos en nuestro articulo de ayer que la cultura del presente es el resultado del imperio del Derecho Privado en todos los dominios de la sociedad, pues al amparo de él se desarrolla la vida ciudadana, así material, como intelectual y moralmente. Pero, sobre la base del reconocimiento de este hecho histórico, ha nacido en los tiempos modernos la ideología más avanzada del socialismo. Aquí nos referiremos especialmente al pensamiento de los llamados socialistas de la cátedra que patrocinan el concepto social de la propiedad.

Interesante es, a este respecto recordar polémica que hubo hace algunos decenios entre los profesores universitarios ven Treitschke y Schmoller en Alemania. El primero sostenía, en concordancia con lo anterior, que la propiedad resultaba del concepto de la personalidad, que el hombre tiene razón de ser sólo en cuanto somete las cosas a su voluntad, llega a ser lo que es, sólo por la propiedad; únicamente ésta, decía, posibilita la familia y da a cada cual la expectativa de perdurar en su actividad, de organizar su descendencia y de vivir en armonía con el progreso. El segundo en contraposición al anterior y a Locke, que refiere el origen de toda propiedad al trabajo individual, afirmaba que la propiedad era una posesión de hecho, pero que la costumbre y el derecho se apoderaban de este hecho y lo transformaban. En efecto, en las civilizaciones más complicadas se produce gran número de cambios y modificaciones: los bienes recibidos en herencia, los bienes pertenecientes a los menores y a los enajenados, deben ser protegidos lo mismo que los que son fruto del trabajo personal. «Considerada en su valor y en su naturaleza, decía Schmoller, la propiedad es hoy día obra social tanto como del individuo. Ella es el fruto de una actividad muy compleja; toda modificación del sistema de impuestos, toda reglamentación de la colonización, de, la industria y de las construcciones, todavía pública, todo canal, todo nuevo camino, todo cambio en la política comercial obra indirectamente sobre la distribución actual de la propiedad y ejerce influencia sobre su organización futura.

No hay regla alguna del Derecho Público o Privado que no tenga acción directa o indirecta sobre la distribución de las rentas, y, por consiguiente, sobre la organización de la propiedad; no hay reforma alguna legislativa que no influya de una u otra manera sobre la propiedad. El principio de la igualdad ante la ley y ante el impuesto no puede encerrarse en una simple proposición». El célebre jurista Rodolfo von Ihering, como lo exponemos en el capítulo del Derecho de Propiedad de nuestro tratado de «Economía Política», estima que en el derecho del propietario están involucrados los intereses sociales en tal forma que el Derecho Privado debe poner limites a la propiedad particular, límites que pongan a salvo los intereses generales. La opinión de Ihering en su obra «Der Zweck im Recht» es tan explícita en este sentido, que llega a decir: «Si fuera necesario expresar todo mi pensamiento sobre esta materia en dos únicas palabras, sostendría la idea del carácter social. del Derecho Privado»

Todas las ramas de este derecho, están, en su opinión, influenciadas por consideraciones a la sociedad, están ligadas a ésta, aunque de pronto tengan como objeto sólo el individuo. No hay ningún derecho en que el sujeto pueda decir: esto lo tengo exclusivamente para mí, soy el señor de ello, la consecuencia del concepto del derecho exige que la sociedad no me limite. Ihering cree que llegará un día en que la propiedad tomará una forma muy distinta a la de hoy, en que la sociedad no reconocerá el pretendido derecho del individuo de acumular lo más posible los bienes de este mundo y reunir en su mano un bien raíz en que pueden vivir cientos y miles de campesinos independientes, como tampoco puede reconocer el derecho del padre romano sobre la vida y la muerte de sus hijos y el saqueo callejero del caballero. Este pensador no acepta las ideas socialistas y comunistas de abolición de la propiedad privada. Estima que esta institución existirá siempre, pero que mediante fuertes impuestos a la renta, a la herencia, al lujo, etc., se podrá ejercer una eficaz presión sobre la propiedad privada, de modo que se evite el acumulamiento excesivo de bienes en una mano, pasando el superávit a la caja fiscal, para crear la posibilidad de aminorar la pobreza en otras partes del cuerpo social, realizando una repartición equitativa de los bienes de este mundo, en contraposición a la insaciable ambición y al egoísmo de hoy.

Schmoller y Ihering están de acuerdo así, en que los cambios en la vicia económica, como igualmente las alteraciones en el orden político de los pueblos, traen por inevitable consecuencia variaciones trascendentales en el derecho de propiedad.

Para terminar, diremos que la obra del colega está escrita con estilo fluído, correcto y claro.

Su contenido aparece lleno de sugestiones jurídicas, producto de una autoridad en la materia. Habría sido deseable, a nuestro parecer, que el autor se hubiese extendido más acerca del aspecto social del Derecho Privado, terreno en el cual penetra, sin embargo, con paso firme. La formación del estudiante de Derecho requiere hoy más que nunca un quantum de filosofía superior, que le lleve a ver con claridad la evolución social de los tiempos en que vivimos. Seguramente el autor quiso mantenerse de preferencia en el terreno estricto del Derecho Privado chileno.                                                                                                                                                                                      DANIEL MARTNER.

«ELEMENTARY PRINCIPLES OF ECONOMICS», por Irving Fisher. New York, Mac Millan Company, 1934.

El erudito autor de tantas y tan interesantes obras económicas nos presenta hoy un tratado elemental en que aborda el estudio de todos aquellos aspectos de la economía que son susceptibles de un tratamiento científico. El método que sigue en la exposición de las materias no es el que estamos acostumbrados a encontrar en obras de semejante índole. Como él mismo lo dice, hay tres métodos que pueden seguirse al escribir un texto de ciencia económica: el método histórico, el lógico y el pedagógico; el primero va de lo antiguo a lo moderno; el segundo, de lo simple a lo complejo y el tercero, de lo familiar a lo que no tiene tal carácter. El último es el adoptado por Fisher en la obra a que dedicamos estas líneas.

Escrita en un lenguaje ameno y sencillo, con gran profundidad en las ideas y claridad en los conceptos, esta obra está llamada a prestar un inestimable auxilio no sólo a los estudiantes sino que, asimismo, a todas aquellas personas que se intereses por esta clase de investigaciones.

Antes de editarla definitivamente, Fisher hizo de esta obra dos ediciones experimentales que fueron utilizadas en la Universidad de Yale durante dos años consecutivos por, más o menos, doce profesores diferentes; de acuerdo con las sugestiones, criticas y comentarios el autor le dió la forma que actualmente tiene.

A.B.C.

«RECURSOS MINERALES NO METALICOS DE CHILE», por Tomás Vila. -Santiago de Chile, 1936.

La abundancia de minerales no metálicos en nuestro territorio, su gran variedad y pureza constituyen la base de una explotación que, descuidada hasta ahora, ha de constituir en el porvenir uno de los factores más importantes de nuestro progreso e independencia económicos. Pero, como lo dice muy acertadamente el autor, para ello sería necesario, sin embargo, poner en práctica un programa de reconocimiento y valorización de los yacimientos que abarcase, por de pronto, todos aquellos minerales de exportación y de mucho consumo doméstico. Esta labor, larga y dispendiosa, no podrá realizarse con probabilidades de éxito, sin la ayuda de los servicios de minas del Estado, que tienen ya sobre el particular, ideas de carácter general fundadas en el levantamiento del plano geológico del país». (Pág. 5). La obra que comentamos pretende, y con justa razón, ser un estímulo que mueva a nuestros Poderes Públicos y a nuestra iniciativa privada a interesarse por este aspecto de nuestra economía; con tal objeto se hace un inventario de los recursos minerales no metálicos del país, se determina a grosso modo y sin poder alcanzar mayor exactitud, la naturaleza y magnitud de los depósitos minerales conocidos y las posibilidades industriales que presentan, preparando de esta manera el camino a futuras investigaciones de positivo carácter científico.

Una lectura por rápida que sea, de la obra de Tomás Vila nos trae el convencimiento que la tan comentada riqueza de nuestro subsuelo no es una de esas tantas leyendas que de tanto repetirse cobran el valor de axiomas, así, para no citar sino un ejemplo, al referirse al Mármol y ónix y estudiar cada uno de los yacimientos conocido; nos dice que en el de Calama se calcula que existen 70,000 m3, de mármol Portoro; 3,000 m3, de mármol Brocatel amarillo y obscuro; 100,000 m3, de mármol gris claro; 15 ó 20,000 m3, de mármol rojo y 15,000 m3, de mármol blanco. En el yacimiento de Copiapó se estima seis millones de toneladas el material explotable; en la Isla Diego de Almagro, archipiélago de Hanover, se calcula que uno sólo de los cerros encierra 218.000,000 de m3, de materia susceptible de utilización industrial. Y así como éste hay numerosos otros ejemplos que vienen a comprobar la fabulosa riqueza mineral de Chile.

El libro que comentamos constituye un documento valiosísimo y un antecedente indispensable para todo el que se interese por estos problemas. Escrito en un lenguaje correcto, desarrollado con método y evitando incurrir en excesivos tecnicismos es de una lectura fácil y proporciona un conocimiento sólido y completo.

A. B. C.

HISTORIA DE LAS DOCTRINAS ECONOMICAS Y SOCIALES, por el Doctor V. Totomianz.- Versión de la 2.a edición alemana, por Vicente G. Gili.- Barcelona, 1934

Se distinguen diversas maneras de concebir la Historia. Siguiendo a Carlos Marx, se tiene una concepción materialista de la Historia, que atribuye u n a significación predominante entonados, a las distintas formas de la producción, al desenvolvimiento de la técnica, de la tecnología y de la situación temporal de la industria.

Otra Escuela, cuyo representante es el sociólogo francés Emile Durkheim, reconoce que el factor división del trabajo es el más importante. El primero que señaló la importancia de la división del trabajo como factor, fué el antiguo filósofo griego Platón que en este sentido puede considerarse como un precursor de Adam Smith.

Después encontramos la concepción científica que adjudica al factor población una importancia predominante en la vida económica. Como representante de esta Escuela se menciona al profesor ruso M. M. Kowalewsky. Finalmente, hay que mencionar la teoría del americano C. H. Patten, según la cual el elemento motor en la vida social es el deseo de librarse de toda clase de incomodidades, de disminuir el sufrimiento. Patten toma como punto de partida la oposición entre «la economía del sufrimiento» y «la economía de la alegría y del placer», y desde él, quiere llegar a comprender el devenir histórico. Por esto, según, Patten, hay que considerar como fundamento del progreso la adquisición de la riqueza y los esfuerzos que a ella van unidos para obtener un «comfort».

El economista alemán Wagner, colocándose desde un punto de vista ecléctico, ha clasificado los motivos que constituyen el fundamento de la actividad económica de los pueblos, de la siguiente, manera: El primero, si bien no absoluto, muy generalizado y en todas partes visible, es el esfuerzo por la ventaja económica para uno mismo y sus allegados, la preocupación por el bienestar, lo cual, en el último término, encierra un disimulado egoísmo. El segundo motivo es el esfuerzo que se desarrolla para conseguir una recompensa, y el miedo ante el posible castigo. El tercer motivo es el sentimiento del honor y el temor a la deshonra. El cuarto, el impulso hacia la actividad y la aversión hacia la pasividad. Finalmente, el quinto, es el único no egoísta: el esfuerzo para tranquilizar la conciencia. Todos estos motivos actuarían siempre bajo las más diversas combinaciones y modalidades.

La concepción histórica puramente idealista, está representada por los filósofos alemanes Herden y Fichte y por el filósofo e historiador inglés Carlyle. Según Carlyle, la vida en el estado de sociedad es lo que distingue al hombre del animal.

Toda sociedad se funda en el desarrollo de las motivaciones altruístas, es decir, en cierto grado de renunciación y de abnegación en beneficio de los demás.

De esta ligera disgreción se desprende la enorme importancia que presenta el estudio y conocimiento de las diversas doctrinas que pretenden explicar la vida económica de los pueblos. Desde este punto de vista la obra del profesor Totomianz tiente la ventaja de ser un compendio, conciso y completo, que constituye una verdadera iniciación para esta clase de investigaciones; sin tener la profundidad de la obra de Gide y Rist o la erudición de la de René Gonnard, se encuentra muy por ubre otras que, pretendiendo ser de divulgación han caído en la superficialidad.

La obra de Totomianz, resume un curso de conferencias dictadas por el autor en la Universidad de Moscú, más tarde en Tiflis y, finalmente, en Praga. En Francia mereció el honor de ser prologada por Rist, y en Checoeslovaquia por el Presidente Masaryk y en Italia por Loria. La edición española aparece considerablemente ampliada y, en consecuencia, su valor es muy superior.

A. B. C.

SEGURIDAD, número 14, Julio de 1936. - Sección Accidentes del Trabajo de la Caja Nacional de Ahorros.

 

Esta interesante revista de educación preventiva de los accidentes del trabajo acaba de publicar su número correspondiente al mes recién pasado. En el Sumario anotamos los siguientes títulos:

Nuestro Affiche; Capital extranjero en nuestra América, por Claudio Artega Infante; Prevención de Accidentes, por Athos Valenzuela; Una lección en cada caso; La desocupación de los jóvenes, por Henry Fuss; 14 de. Julio, por Julio Belmar; Algunas opiniones; El verdadero carácter de Napoleón, por Octave Aubry; El hombre nuevo surgirá del hombre mismo: en él existe, por André Gide; La Ley de Alcoholes y su reforma, por Francisco Pérez Lavín; Instrucción número 11, seguridad en las fundiciones; América tiene un ideal, por Carl Gustav Jung; La Conferencia Internacional Americana del Trabajo; El mundo sobre ruedas, por Hendrik van Loon; Prevención de accidentes en las construcciones; Conquista de la Farmacología, por el doctor Josef Loebel; Qué es un neurótico por Friederieh Jensen; Luxaciones antiguas escápulo-humerales, Por el doctor Gebauer; Informaciones Extranjeras; jurisprudencia; Concurso de Seguridad.

INVESTIGACION DE LA NATURALEZA Y CAUSAS DE LA RIQUEZA DE LAS NACIONES, por Adam Smith. - Revisión y adaptación al castellano moderno de la traducción del Licenciado José Alonso Ortiz, publicada en 1794, por la Redacción de España Bancaria.- Prólogo de José M. Tallada. -Barcelona, 1933.

De España nos llega una nueva edición castellana de la obra del insigne Smith. Sabemos que la obra científica de Smith, en el terreno de la Economía, queda limitada a un sólo libro: Inquiry into the Nature and the cause on the Wealth of Nations, conocido, más abreviadamente, por la Riqueza de las Naciones.

La primera edición de la obra dos volúmenes en 4.°, apareció en Londres en 1775. La segunda edición, en la que el autor introdujo notables, correcciones, fué publicada también, en Londres en 1778.

Esta limitación de la producción científica de Adam Smith facilita el estudio de sus doctrinas y ha influido sin duda en la difusión de sus ideas.

La obra consta de una Introducción en la que se expone el plan que piensa seguir en el desarrollo de la materia, y de cinco libros cuyos títulos son los siguientes:

Libro I.-De las causas que han perfeccionado las facultades de trabajo y del orden según el cual sus productos se distribuyen entre las diferentes clases del pueblo.

Libro II.-Dela naturaleza de los fondos, de su acumulación y de su empleo.

Libro III.-De la marcha diferente de los progresos de la opulencia en las diferentes naciones.

Libro IV.-De los sistemas de Economía Política.

Libro V.-De los ingresos del soberano o de la República.

En realidad, analizada la obra en su conjunto no tiene aquellas condiciones necesarias para predestinarla a un éxito definitivo.

No es un tratado de Economía Política sino el estudio de un conjunto de problemas económicos más o menos relacionados los unos con los otros. No existe una unidad de composición mi suficiente coordinación entre las diversas materias de que trata la obra. Los títulos que hemos transcrito, de los libros de que consta, expresan ya claramente este defecto.

Las diferentes cuestiones se mezclan y entrelazan a veces en forma confusa. Tal materia secundaria aparece en determinados momentos con importancia exagerada, mientras que asuntos trascendentales quedan apagados, sin el relieve que merecen. Como buen inglés es casuístico y el ejemplo, el hecho aislado, adquieren en su pluma proporciones innecesarias.

Así, en una teoría liberal de la Economía, con su base fundamental de la ley de la oferta y de la demanda, parece que a la teoría del precio debiera concedérsele la importancia y realce que verdaderamente debe tener. Pues bien, el fenómeno del precio, el estudio de sus variaciones y de las causas que las producen, aparecen entremezcladas en el detallado estudio monográfico que el autor hace de las variaciones de los precios de los metales preciosos durante los últimos cuatro siglos. Y como este ejemplo, podríamos citar otros.

Nuestro espíritu latino, amigo del orden y del método, se pierde con frecuencia entre las disgresiones y los ejemplos que en el libro abundan. Sólo después de leída y meditada, se ve el principio general que informa a la obra y da unidad al sistema.

Con todos estos defectos, la obra obtuvo un gran éxito no sólo en sus tiempos, sino que interesa enormemente al lector que hoy recorren sus páginas. Ello es fruto del profundo sentido lógico que preside todas sus deducciones, de la claridad de exposición, de la profusión de hechos que en él se encuentran explicados y comentados, de la documentación que sirve de base a los argumentos; del mismo optimismo que en el libro palpita, de ser un libro humano, vivo y no una de tantas elucubraciones nacidas en la soledad de un gabinete de estudio sin contacto alguno con la realidad exterior.

Y sobre todo, el éxito obtenido en la época de su aparición a la luz pública fué debido a que las materias tratadas por Adam Smith eran todas aquellas que preocupaban a los hombres de negocios y a los estadistas ingles, en momentos en que la economía de Inglaterra iba tomando las formas y orientaciones que habían de llevarla por largos años a una situación de riqueza y poderío.

No se trata ya en la obra de Smith de la riqueza de las organizaciones económicas privadas ni de las secciones más o menos importantes de la colectividad, problemas que preocupan, a loa economistas, de siglos anteriores. Ni siquiera de la organización y prosperidad del Estado como organismo separado de la vida económica nacional, idea que palpita en las obras de los cameralistas alemanes y en la de los escritores más acentuadamente mercantilistas del siglo XVII. Ni tampoco de una aplicación al campo de la economía de principios filosóficos de carácter general, como sucede en Grotius, Hobbes, Locke y aún en el mismo David Hume, tan enlazado por espíritu y amistad con Smith.

Quizás por primera vez, sino en el nombre en los hechos, se trata ya integralmente de la riqueza de las naciones, y los problemas que a nuestro autor dedica preferente atención son problemas vivos de la economía capitalista en formación: los sistemas coloniales; los impuestos del Estado, el maquinismo y la división del trabajo, el funcionamiento del patrón oro, la formación de las grandes compañías, etc.

Mercantilistas y fisiócratas eran en aquellos tiempos los que dominaban en el terreno de la ciencia y en el de la gobernación de los pueblos. La riqueza consistía en la posesión de los metales preciosos o tenía por única fuente de producción la fecundidad del suelo y de su intenso laboreo y explotacion. Frente a estas concepciones eleva Smith la importancia del hombre importancia que se manifiesta por el trabajo actual o acumulado y por la organización de que el mismo es susceptible.

Como a todo autor que marca un progreso en la evolución de una ciencia, también se ha acusado a Smith de falta de originalidad en sus concepciones, de que sus ideas se encuentran ya en autores anteriores o contemporáneos. Por igual causa podría acusarse de falta de originalidad a un arquitecto por utilizar ladrillos que otros han producido o emplear métodos de edificación que otros han ideado.

Indudablemente la idea de la división del trabajo se encuentra ya en la obra «System of moral phylosophy» de Francisco Hutchenson, profesor de Smith, como David Hume había hablado ya de la cantidad de moneda que cada país debe poseer y había mostrado el sofisma contenido en la idea mercantilista de la balanza comercial, como en Hobbes y Locke están ya los principios del liberalismo económico y en Bernard de Mandeville el principio fecundo del interés personal como motor de las actividades del hombre.

El mismo principio fisiocrático de la distribución de la renta anual entre las diversas clases sociales fué aprovechado por Adam Smith en su obra.

Pero todo ello nada daña a su originalidad ni a. la importancia de su obra, ya que elevó ideas aisladas y fragmentarias

a sólidos fundamentos de una doctrina general que renovó la Economía Política, dándole un aspecto completamente científico y ofreció a los gobernantes nuevas orientaciones en completa armonía con la fase de la evolución que el mundo estaba entonces atravesando.

Hace más de un siglo y medio desde la época en que Adam Smith escribió su obra, pero desde entonces a esta parte, qué dé transformaciones y de acontecimientos han sacudido al mundo y ala sociedad que en él vive. Sin, embargo, si ese libro cae en nuestras manos, más inclinadas al manejo de las estadísticas, al estudio de los barómetros económicos, a la consideración del fenómeno concreto, del hecho que a especulaciones filosóficas, no nos hace sonreír con esa mezcla de conmiseración y de ironía con que, por ejemplo, Paul Morand contempla la vida y las modas que encantaron a nuestras abuelas, sino que, inmediatamente, nos atrae y despierta en nosotros meditaciones y hace nacer dudas hacia ideas que creíamos definitivas y sólidamente ancladas en nuestras inteligencias.

Las doctrinas sociales no tienen la relativa estabilidad de las ciencias físicas; el objeto de su estudio es el hombre y las sociedades que el hombre forma, sujetas a las variaciones que la espiritualidad del ser humano experimenta; decir ciencia social es decir transformación, evolución de instituciones y de teorías. Por eso no pueden tomarse estas palabras como una incondicional adhesión a las ideas del economista de Edimburgo, sino como un justo homenaje rendido a su memoria y a su obra, homenaje a que una probidad científica nos obliga.

A. B. C.