I - Rumbos y sentido de unidad

 

'La idea de la Federación Americana presenta en estos momentos, en el suelo del Nuevo Mundo, la imagen de esos meteoros que iluminan a veces la densa oscuridad de los cielos. Al través del velo de las tinieblas, todos han asomado el rostro en la hora de la alarma, y al divisar a lo lejos el aparecido resplandor, han sentido a sus espíritus agitados por la esperanza y la, inquietud. Todos ven asomar el astro que augura nuevos destinos... pero nadie sabe de donde viene ni a donde se encamina aquella luz que ha interrumpido el caos... '  VICUÑA MACKENNA: Colección de Ensayos y Documentos relativos a la Unión; y Confederación de los Pueblos Hispano-Americanos.  Nosotros consideramos la unificación como un proceso fuertemente flexible, pues que se camina a su logro por etapas que la realidad económica y política de cada estado en particular y del conjunto van condicionando'. E. O. V.: La federación del Pacifico.

No cabe duda de que se realiza en el mundo actual un gigantesco y acelerado proceso de agrupamientos y de interdependencia creciente entre los estados, que tiende a la reunión en continentes -Estados de Europa, Estados del Asia, Estados de América-, como el medio más acorde con las complejidades de la vida económica internacional, para llegar a una progresiva ordenación del mundo, que pueda, en el correr del tiempo, reemplazar las guerras por un armonioso sistema de coordinación humana. Así, un día que no por distante puede considerarse remoto, el hombre encontraría una residencia segura en la tierra. Nuestro planeta puede producir todo lo necesario para una vida feliz y la ciencia llegará a facilitar las regulaciones y las relaciones entre los hombres en forma cercana a la perfección.

Todo esto, naturalmente, pertenece al orden del socialismo futuro, de un socialismo que, de acuerdo con la experiencia histórica, se fundamente en principios de autoridad y jerarquía, en la selección de los mejores; de un socialismo capaz de encontrar justas normas de convivencia social. En esa etapa de la evolución humana -que nosotros vislumbramos fuera del dominio de lo utópico- el sistema de la dictadura de un hombre o de un grupo, cederá el paso a la dictadura social. Y es triste verdad que debemos reconocer: el hombre, en un espacio de su evolución que hoy no es posible medir, no podrá regirse libremente; su vida se desarrollará de acuerdo con normas y dentro de términos que las futuras élites acordarán (1) .

Un examen de las relaciones y tendencias provenientes de la Segunda Guerra Mundial, cuyas consecuencias, cualquiera que sea el grupo victorioso, se harán presente en vastas agrupaciones de pueblos, nos permite percibir, en sus líneas principales, el sentido de dicha polarización. Cabe pensar que se verificará por continentes, con desarrollo de vínculos federales y dentro de un proceso de interdependencia que puede adquirir ritmo acelerado.

 Esta reagrupación general; mejor dicho, estas reagrupaciones de estados facilitarán de modo extraordinario el entendimiento económico entre las naciones, con lo que tenderían a disminuir los peligros de guerra y se suavizarían las asperezas, aclarándose los malentendidos que en el pasado tuvieran a menudo tan trágicas consecuencias. Cuando los espacios vitales económicos se hayan delimitado en el mundo futuro, será posible establecer un orden moral e internacional que todos puedan respetar, porque habrán desaparecido las razones de desesperación, de hambre, de resentimiento, que dejara la arbitrariedad de un tratado como el de Versailles, tratado que fue obra maestra de inconsciencia política y el mejor espejo en que pudo retratarse la decadencia intelectual del mundo antiguo.

Pero lo que a nosotros nos interesa es el agrupamiento de las Repúblicas de América, y, en especial, el de los estados de origen ibero-americano (2).

¿Comprenderá la futura unificación americana a todos los estados y territorios del continente de Colón en un sólo block, al modo de la Europa nueva, o del futuro orden asiático? ¿Surgirá una Unión de Federaciones Americanas? ¿O bien el conglomerado anglo-sajón (Estados Unidos y Canadá), el portugués (Brasil) y el español, integrado por las repúblicas de habla castellana, conservando su calidad de grupos federados, se unirán en una federación más amplia, guardando el equilibrio necesario para evitar la absorción de los más débiles por el más fuerte? (3).

II - De la unidad americana

Hubo clima propicio a la unidad americana en dos períodos del Siglo XIX. Primeramente, y fue la época de mayores posibilidades en este sentido, en años de la Independencia, cuando Bolívar convocó el Congreso de Panamá. Más tarde, en los tiempos en que Vicuña Mackenna empuño las banderas unificadoras, acompañado por otros próceres del viejo Chile (4), con ocasión de la guerra sostenida entre la alianza chileno-peruana y el gobierno de Isabel II.

Todo contribuía a posibilitar en los años de Bolívar y de O'Higgins la unidad, todo menos la geografía; pero tales eran las distancias colindantes con la incomunicación absoluta, que se hizo imposible el mantenimiento de lazos sólidos. Fue el factor geográfico el que echó por tierra la Gran Colombia, obra del Libertador venezolano, pues las distancias favorecían el caudillaje y hacían factibles los movimientos insurreccionales (5). En cuanto al esfuerzo de Vicuña Mackenna, que cristalizara en su proyecto de libertar a Cuba y Puerto Rico por medio de un Ejército chileno-peruano, empresa que contó en Lima con la aprobación del Presidente Prado, lo tornaron de realización imposible el término de la guerra con España y la frialdad de la Cancillería de la Moneda.

Malogradas las posibilidades del pasado siglo, se inició una larga era de aislamiento, cuyos efectos se palpan todavía en el terreno económico y de modo notorio en el campo intelectual. Pero la Primera Guerra Mundial, que en Europa provocó o facilitó la Revolución Rusa, fue abriendo cauces en América al florecimiento de inquietudes y esperanzas nuevas. Un calofrió de emoción subterránea sacudió la médula del continente.

Hace casi diez años, en 1933, nosotros iniciamos en Chile un movimiento para crear en nuestro medio, que ha continuado siendo el más avanzado de Sud América, un clima propicio a la unidad. Ese movimiento, que contó con el apoyo fervoroso de los estudiantes (6), se tradujo en veladas, en conferencias, en artículos de prensa y en ensayos de mayor enjundia.

En nuestro principal trabajo de la época -Los Problemas de la Unificación Americana (7)- indicábamos medios directos e indirectos para llegar a la unificación, que preconizábamos como general, anteponiéndola a la tendencia meramente bolivariana o de unidad Hispano-americana (por extensión, ibero-americana) y a otros intentos que sólo han tenido trascendencia local. Entre los medios indirectos señalamos la posibilidad de formar una Sociedad de Naciones Americanas, distanciándonos de la Liga de Ginebra, de carácter esencialmente europeo y cuyo fracaso nos parecía indudable ya, como hubo de comprobarse seis años más tarde; otro medio, acaso coincidente, y desde luego de mayor importancia, era el establecimiento de un zollverin continental, que al principio sólo vincularía a los pueblos latinoamericanos (8). Los medios directos serían de carácter revolucionario e implicarían necesariamente un clima revolucionario (9). Cabe afirmar que entonces existió dicho clima en Chile, mas sólo por breve tiempo; la anarquía política y la sórdida lucha de los mediocres contra los capaces hizo estéril todo trabajo.

Acerca de los medios que entonces reconocíamos como posibles para más adelante -indirectos y directos- cabe establecer hoy que todos están subordinados al resultado de la Segunda Guerra Mundial; pero, sean ellos los que fueren, el proceso de unidad adquirirá un ritmo acelerado.

El proceso unificatorio, cuyo desarrollo irá produciéndose, tal vez, en períodos más cortos de los que puede hoy suponerse, se encauzará, al menos en las primeras etapas, por vías indirectas.

Puede considerarse el desarrollo de dos procesos paralelos, aún cuando de muy diversa duración: la  unidad de Norte América, que abarcará de seguro el ingreso de Canadá, en forma federal o confederal, y la unidad sudamericana.

La unidad completa no puede presentarse en las etapas próximas. Desde luego, para superar los recelos de las repúblicas sudamericanas, se requiere una sincera actitud de colaboración en pie de cierta relativa igualdad, de parte de Washington, o sea la realización práctica de la política de Buen Vecino -sin la tremenda presión y coacción actuales-­ que en sus inicios logró despertar simpatía y esperanza en los pueblos del Sur. Se teme en ellos el predominio absoluto y sin restricciones de Estados Unidos, tal como ha aparecido a la luz pública después de la reunión de Río de Janeiro. Y contra tal predominio se levantan protestas sordas en los sectores intelectuales independientes, en aquellos que no obedecen a Moscú, Roma o Washington y representan por lo mismo los intereses y los sentimientos nacionales profundos de sus patrias de origen, protestas que subirán a la periferia, determinando un estado de ánimo incompatible con las vinculaciones que se buscan, vinculaciones que en lo hondo a todos interesa y conviene propiciar.

¿Logrará el gobierno de Estallos Unidos comprender en todo su alcance este aspecto fundamental? La futura actitud de la Casa Blanca será probablemente determinada por los resultados de la guerra. Es de esperar que cuando la paz florezca de nuevo, habrá de buscar una convivencia que se fundamente en sentimientos populares de efectiva simpatía y solidaridad, y tales sentimientos sólo podrían lograrse renunciando al antiguo imperialismo económico y estableciendo relaciones de mutuo interés.

Tocante a la unidad de las naciones ibero-americanas, cabe pensar que existen dos medios eficaces de obtenerla: A) Mediante una Sociedad, o Consejo de Naciones Americanas, dotada de autoridad especial y de competentes organismo técnicos en lo económico; y

B) Mediante asociaciones o federaciones locales de pueblos.

Por este medio cabría llegar a formar cinco o seis núcleos de pueblos.

Nosotros podemos imaginar, teniendo en cuenta los factores geográficos, étnicos y económicos principales, la formación de cinco grupos:

Confederación de los Andes (Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú).

Estados Unidos del Brasil.

Gran Colombia (Ecuador, Colombia, Venezuela y Panamá.).

Unión Centroamericana (Repúblicas de Centro América y pueblos del Caribe).

México.

En un ensayo anterior -La Federación del Pacífico- habíamos estudiado otra división (10), pero un examen más detenido y el análisis de algunas objeciones que parecen fundadas, nos lleva a este agrupamiento, sin desconocer que hechos históricos imprevisibles pueden variar parcialmente el panorama. No obstante, el sentido histórico y el desarrollo lógico de los pueblos americanos parecen encaminados en esa dirección.

III - La Confederación de los Andes

En verdad la división en estados independientes del grupo de países del Plata -Argentina, Uruguay y Paraguay- ha sido artificial desde el punto de vista geográfico y errónea bajo el aspecto económico, si bien los acontecimientos históricos de la primera mitad del Siglo XIX y las antiguas distancias bastan a explicarla, como ocurre en Perú y Bolivia (Alto Perú), países que estuvieron unidos bajo el dominio colonial español, a pesar de que las distancias resultaban entonces infinitamente mayores.

En lo económico, la división actual es poco beneficiosa para los pueblos interesados y sería verdad de Pero Grullo afirmar que la coordinación de sus economías -producción y consumo- resultaría en ventaja para todos. Pero contra la evidencia de esto se alza el sentido regionalista exaltado en los dos pueblos menores del Plata, cuya historia se encuentra llena de hechos brillantes; la bravura y virilidad admirables del paraguayo y el esplendor intelectual y deportivo de los uruguayos se alzan cómo barreras en apariencia insalvables para el ojo común, cuando en realidad las particularidades que dieron prestigio continental a unos y a otros no sólo no desaparecerían estableciendo lazos federales con Argentina, sino antes bien tendrían ocasión de mayor relieve, porque por grande y justificado que sea el amor que tenemos a nuestras tierras, no debe ocultársenos que somos más colectivamente que aislados, y es mejor ser ciudadano de la Unión del Plata que de cada estado en particular; y mejor aun y más útil al progreso general de la Humanidad, pertenecer a una vasta Confederación Andina. ¿Qué yankee se atrevería hoy a sostener que es preferible el título de caroliniano del Sur o de hijo de Nueva York al de ciudadano de la Unión del Norte? Vivimos de espejismos y de vanos orgullos, dominados por un espíritu de aldea que pudo estar bien en la otra centuria, y no sabemos oir, ni lo queremos, que el amor a una tierra madre no se opone al vínculo que puede unirnos con otras tierras madres, semejantes a la nuestra, en que se habla la misma lengua, se experimentan parecidas experiencias y reinan aspiraciones, sentimientos y modalidades similares. Hasta ignoran los cristianos, en último término, que Cristo predicó el amor entre los hombres por encima de toda especie de fronteras.

Pero en esto de las asociaciones de pueblos, aparte de los nexos de una cultura y origen más o menos comunes, debe predominar, y predominará efectivamente en lo futuro, una serie de factores cuyo peso se hará sentir cada día con fuerza mayor.

Sin escalonar la importancia de los principal -geográficos, étnicos (parcial y condicionadamente), económicos, políticos-, porque todos se muestran en el fondo interdependientes, cabe reconocer que lo económico prima en nuestra época y condiciona ya futuros modos de convivencia que terminarán por imponerse, pese a todo obstáculo y a cualquiera oposición local. La experiencia histórica nos dice que los pueblos en crecimiento se mueven, buscan sus cauces y se acomodan a pesar de sus gobernantes. Empero, cuando éstos se manifiestan previsores y actúan en el sentido real, el progreso se obtiene con menos sacrificio y superior provecho. El destino, vale reconocerlo, suele proporcionar los hombres necesarios en la hora precisa.

La economía de los tres países del Plata, cuyo centro natural se encuentra en Buenos Aires, puede decirse que es complementaria en general y susceptible de armonizarse, de acuerdo con el clima y variedad de zonas.

Esto tiene una estimación tan categórica, que nos llevó en un estudio anterior, ya citado, a presentar la Federación del Plata como uno de los grupos principales de Sudamérica, entroncándolo o emparentándolo con la Federación del Pacífico, que integrarían Chile, Bolivia, Perú y Ecuador. (Es­te último país, sin embargo, encontraría ubicación más lógica en la Gran Colombia, de la que ya formó Parte; bien que su naturaleza también lo acerca y emparenta con el Perú).

Un examen más hondo -repetimos- nos hace ver como más recomendable la formación de una sola agrupación en lugar de las dos previstas. La Confederación de los Andes reuniría de este modo a los países de la hoya del Plata con otros que tienen su ubicación y salida en el Pacífico (11).

Todo converge a señalar este agrupamiento como particularmente afortunado en todo sentido, debiendo añadirse  - factor importantísimo- que puede servir de base a la futura unidad de los estados de origen ibérico.

Geográficamente los pueblos integrantes se encuentran en zona de clima templado, con sectores que se aproximan al Trópico y otros que avanzan hacia el clima frío, teniendo su población más austral en la región chilena de Magallanes.

Económicamente se complementan en todo sentido y poseen en conjunto la mayor variedad de productos en la explotación agraria, agropecuaria y minera, siendo de señalar que la ordenación de sus economías y la prudente extensión de su desarrollo fabril les permitiría bastarse a sí mismos y proporcionar un considerable excedente para el resto de América, una contribución sólida a la economía mundial.

Ahora, pasando al terreno defensivo y militar, del que por espacio de tiempo que escapa a toda previsión no podrá prescindirse, es obvio reconocer que unidos podemos valernos; aislados, estamos a merced de cualquier ataque imperialista, de toda presión poderosa.

En el orden político, resulta innecesario valorar la importancia de una vinculación federal. En materia de política interior -y son conceptos ya expresados por nosotros- es lógico pensar que existiría la más absoluta autonomía, conservando cada estado sus particularidades y su legislación nacional, sin que en modo alguno los otros pudiesen intervenir en los gobiernos estaduales, ni influir en la gestación de sus poderes públicos. Esta limitación, que puede parecer excesiva, resulta una condición esencial en la primera etapa; por manera que dentro de un régimen republicano y democrático común, cabría a cada pueblo la conservación de una soberanía y de una autonomía interior casi completas.

El devenir reservará las modificaciones posibles.

Con esta retención de derechos y de soberanía nacional, desaparece el principal obstáculo que pudiera encontrar en determinadas corrientes políticas la idea federal, pues que dentro de la asociación cabrían países con regímenes diferentes (considerados en la medida americana), dado que lo determinante no es el régimen político mismo de cada uno, sino la común conveniencia de obtener de una razonable ordenación económica y de una defensa general bien concertada, ventajas de todo orden.

La política exterior estaría dirigida necesariamente por el Gobierno Federal y su línea sería la resultante del pensamiento acorde de los estados integrantes, con lo que dicho se está que recibiría el razonable influjo de los intereses nacionales de cada uno. Hemos pensado en la utilidad de un cuerpo diplomático y de un servicio consular comunes; pero ello no se opondría, naturalmente, al mantenimiento de representaciones nacionales para los países que deseen o necesiten conservarlas. La experiencia del Imperio Británico revela que es posible la coexistencia de unos y otras:

Es en el terreno de las relaciones inter-estatales, sin duda, en donde reside el centro nervioso de la unión. De la armonía y compenetración de esas relaciones y vínculos, de su adecuada organización, depende el éxito. 

Muchos otros problemas de mayor y de menor entidad surgen desde luego: el sistema monetario, los correos, la bandera común.

Tocante a sistema monetario, no cabe duda de la utilidad de tener una moneda común; pero dada la diversidad y fuerza de las economías nacionales de cada estado, singularmente en el comienzo, sólo puede pensarse en la coexistencia de una moneda federal que circularía en los diversos países conjuntamente con la moneda nacional.

En materia de correos habría uno federal y su servicio estaría afecto a la correspondencia oficial de la Federación y la de los habitantes del distrito federal.

Existirían lógicamente una bandera y un escudo federales, símbolos del ideal y de sus realizaciones prácticas.

Respecto a los organismos económicos, relacionadores, arbítrales y legislativos, puede pensarse que seguirían un ritmo profundamente práctico.

La defensa federal exigiría la coordinación y estímulo de las fuerzas armadas nacionales en la medida indispensable, previéndose para caso de conflicto un comando centralizado. Los puertos nacionales lo serían para todo barco que llevase la bandera federal.

En cuanto a gobierno, esto es a la dirección superior de los asuntos federales, podría crearse un Supremo Consejo Federal, compuesto por un representante de cada uno de los países asociados, que sería presidido en turno anual y rotativo por el delegado principal de cada país. Dicho presidente se asesoraría de un gabinete, cuyos miembros habrían de designarse con la aprobación del Consejo.

El gabinete se compondría de cinco secretarios: Relaciones Interiores, Relaciones Exteriores, Defensa Federal, Economía y Comercio Federal, Fomento Cultural.

Anualmente se reuniría un Congreso Federal, compuesto de representantes de los diversos estados, correspondiendo un solo voto a cada uno.

La designación de los representantes y delegados nacionales se haría por los medios que cada estado estime convenientes.

Y la designación de los funcionarios federales correspondería al Presidente de la Confederación en acuerdo con el Supremo Consejo Federal.

IV - Relaciones chileno-argentinas

Parécenos que las vinculaciones chileno-argentinas constituyen lo que podría llamarse la espina dorsal de la Confederación de los Andes, no porque los vínculos de los otros estados entre sí o con estos dos países puedan tener importancia inferior, que igual la tienen en el terreno político, sino porque Chile y Argentina son el centro nervioso que haría posible la organización de los intereses económicos de los países del Atlántico y del Pacífico participantes. El Plata queda económicamente vinculado al sistema del Pacífico, que integrarían Chile y Perú, principalmente a través de Chile y de su red de comunicaciones ferroviarias y de vías internacionales. Hay, pues, un factor de orden geográfico.

Ahora bien, si examinamos las relaciones entre los dos países señalados, nos encontramos con que todo induce a pensar que existe un clima de aproximación general como nunca lo hubo desde los días de la Independencia, en que, moral y militarmente, ambos estuvieron unidos de modo íntimo. Es una época y una hora favorables en el grado más alto, que deben aprovecharse en toda su riqueza y, posibilidades.

Si se examinan las declaraciones oficiales reiteradas de las cancillerías de los dos países, declaraciones que rebasan ya los límites de la antigua oratoria fraternal y el entusiasmo de los banquetes -espuma de palabras y de champaña-­ puede adquirirse la convicción de que los gobernantes comienzan a darse cuenta de las realidades y perciben ya el sentido de la voluntad nacional de ambos pueblos que de la entraña honda de cada colectividad sube a la periferia política. Suelen los gobiernos quedarse muy atrás en la interpretación de los sentimientos íntimos de los pueblos y éstos no siempre hallan a tiempo su intérprete adecuado; es promisora, en este sentido, la manifestación coincidente que va recogiendo la opinión pública de las naciones unidas por la amistad libertadora de O'Higgins y San Martín.

El estudio de las economías de Chile y Argentina lleva, por otra parte, -y es uno de los factores principales de este proceso vinculatorio- a la conclusión de que todo tiende a favorecer una producción y un intercambio ordenados, en una medida amplísima. Nuestras economías son complementarias y la naturaleza de sus producciones, hasta hoy desordenadas, revela que Argentina es país esencialmente agrícola y Chile esencialmente industrial y minero. Cabe en ambas zonas el desarrollo de todos los productos que pueden asegurar la prosperidad y el bienestar máximo de los estados asociados, en forma de que ellos sólo dependan en último término de sí mismos y sean capaces de contribuir con sus excedentes a la vida y progreso de otros estados, afianzando la propia prosperidad en términos insospechados.

Argentina, país riquísimo, cuya economía ha experimentado en los últimos cinco lustros una impulsión formidable, siendo en varios rubros destacado productor mundial, tiene por Chile una de sus vías principales de salida; el comercio de muchas de sus provincias más ricas debe volcarse naturalmente en el Pacífico por los puertos y vías chilenas, dependiendo de la organización de las comunicaciones la prosperidad de regiones que aguardan su explotación, vírgenes aún de la mano del hombre. Las Pampas y la Patagonia, inmensas reservas del mundo futuro, esperan de las nuevas vinculaciones la voz de progreso y vida.

Pero para llegar a término práctico hay que afrontar la ruptura de viejos obstáculos, la eliminación de antiguos prejuicios casi seculares, estableciendo la cordillera libre; ideal que ha sido esgrimido por los estadistas de visión durante largos años y que la pluma de un Vicuña Mackenna, de un Sarmiento, de un Mitre, exaltaron en horas de auténtica comprensión. Hay que derribar las murallas inútiles, aplastar los intereses creados que se oponen en esfuerzos postreros, suprimir las barreras económicas y las aduanas, llegando a un completo zollverein chileno-argentino, como preludio de aquel que ha de unir, primero a las naciones de la Confederación de los Andes, y después a todas las repúblicas americanas.

La idea de cordillera libre esto es de una completa supresión de fronteras entre Chile y Argentina, ha adquirido ya tal consistencia -Insistimos en este punto- que cabe reconocer una suerte de consenso general para llegar a su establecimiento (12).

Desde el ángulo internacional, ¿puede desconocerse la importancia que adquirirían los dos países andinos organizados en un block federal? En el concierto del mundo pesaría su voz y sería acelerado el proceso de su crecimiento. Recordemos el proceso de desarrollo de los Estados Unidos y pensemos que los medios industriales, mecánicos y químicos de nuestro tiempo pueden permitir ritmos muy superiores. Aislados, pesamos en el consenso general menos de lo que valemos y podemos; unidos, haríamos sentir nuestra influencia y nuestro pensamiento de la vida continental y, por ende, en el mundo, con resonancia de potencia.

Aparte de eso y en el terreno de las influencias económicas de los imperialismos extranjero, vale insistir en el valor que tendría nuestra unión, pues ofreceríamos una línea de resistencia efectiva a toda intervención extraña, que importaría el establecimiento de una independencia de que ahora carecemos en la práctica.

Hay en los pueblos como un instinto secreto que advierte las necesidades y los peligros nacionales y señala rumbos interpretativos de su destino. Cuando los gobernantes o, mejor dicho, las oligarquías políticas dominantes son capaces de comprender esa voluntad y de interpretarla, vienen las eras de progreso y las colectividades avanzan; cuando los gobiernos no comprenden o resulta indominable su poder coercitivo, las oportunidades se malogran el malestar general aumenta, el divorcio entre el pueblo y sus mandatarios se acentúa. Y sobrevienen las horas de decadencia que marcan el derrumbe de los imperios en los grandes conglomerados, la caída de los regímenes políticos, la irrupción revolucionaria.

El instinto nacional de que hablamos se ha manifestado con frecuencia reiterada en la historia de Chile y Argentina. Impuso la paz, mediante la acción de Vicuña Mackenna y de Mitre en 1878; encontró soluciones arbitrales generosas, que supusieron un ejemplo para el mundo, en 1898, durante los gobiernos de Roca y Errázuriz, y ahora señala ya, con voluntad más decidida y eficaz, el camino de las nuevas vinculaciones.

Vale recordar que ese sentimiento tuvo su expresión simbólica con ocasión del terremoto que asoló la zona sur de Chile en 1939. Argentina acudió de inmediato en socorro de las víctimas con una noble y generosa fraternidad que conmovió profundamente a los chilenos. En esa actitud del pueblo argentino cabe advertir el más acabado símbolo de las fuerzas morales que empujan a los dos estados a su unión.

Puede la Confederación de los Andes, en último término, repetimos, comenzar por Chile y Argentina, estableciéndose la capital federal provisoria en la ciudad de Mendoza, que reúne muchas de las condiciones requeridas. Más tarde- si no fuera posible obtener desde luego el concurso de todos- irían reuniéndose los otros estados.

Notas de Referencias

(1)

Es interesante recordar las formas de ordenación y disciplina social del Japón en la época del shogunato. Existía entonces, por encima de la autoridad poderosa del Shogun y de la autoridad feudal de los daimios, una suerte de autoridad social emanada de las costumbres, de la religión patriótica (culto de los antepasados), de las tradiciones y, sobre todo, de lo que podría llamarse espíritu nacional, que dominaba igualmente a los jefes, aún al Shogun, y a todos los individuos de la jerarquía social, pesando aún más en las clases altas. La experiencia del feudalismo japonés demuestra que todas las virtudes sociales que han permitido el increíble crecimiento y desarrollo del Imperio Oriental, alcanzaron su fuerza ascensional en aquella época, acaso la más rica en contenido moral de toda su historia. volver

(2)

Escribíamos en 1933: 'Uno de los procesos más intensos de nuestra época ha de ser la unión americana, (Irte comprenderá la unificación primero parcial y en seguida general del mundo de Colón. Su necesariedad domina hoy en el pensamiento de las elite, pudiendo decirse que aún cuando no traducida en hechos oficiales ni en acuerdos generales o de grupos influye ya en la juventud avanzada de todos nuestros pueblos. De ello están penetrados los Hombre jóvenes, las generaciones nuevas en cuyas manos recaerá pronto toda la responsabilidad del devenir continental. La unificación progresiva, general en día no distante, se logrará a pesar de las dificultades, de los obstáculos y contradicciones y de todos los condenables intereses que en vano intentarán oponerse'.  V. Los problemas de la Unificación Americana. (Anales y Prensas de la Universidad de Chile, 1933). volver

(3)

Al hablar de imperios no hablamos consecuencialmente de imperialismo. El imperialismo, forma dominante en las llamadas grandes democracias (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos), en los países totalitarios (Alemania, U. R. S. S., Japón, Italia, y aún en naciones pequeñas o de menor influencia (Holanda, Bélgica, Portugal), tenderá a ser reemplazado por otras formas de convivencia en la época de socialismo ordenado que se iniciará con el término de la Segunda Guerra Mundial. En otras palabras el imperialismo es un producto de la convivencia internacional en desorden, característico de las etapas históricas anteriores, casi desde el comienzo mismo de la historia. volver

(4)

No ha sido historiada debidamente, en general, la obra americanista de Vicuña Mackenna, ni es conocida la trascendencia que tuvieron sus esfuerzos. Nosotros la hemos examinado en algunas obras (V. Vicuña Mackenna, Vida y Trabajos, Universidad de Chile, 1932, e Iconografía de Vicuña Mackenna, Tomo 1, Univ. de Chile, 1940). A este propósito cabe señalar la insuficiencia de los textos de enseñanza escolar de historia americana utilizados hoy, y la carencia de un verdadero sentido crítico en los profesores y aún en los historiógrafos que analizan el pasado, dando excesiva importancia a las apariencias. Para la mayoría, los hechos históricos y las influencias intelectuales desaparecen detrás de los entorchados de los generales que mandaron o de los presidentes que ocuparon el primer plano de la publicidad. En Chile, ya se ha subestimado la enorme influencia que tuvo Vicuña Mackenna y se ha ignorado la de don Andrés Bello. (V. nuestra obra: Don Andrés Bello, tercera edición, 1941). volver

(5)

El factor geográfico se ha tornado hoy extraordinariamente favorable, pues las comunicaciones aéreas, la radio, las carreteras, el crecimiento de la marina comercial, tienden a disminuir las distancias en forma tal, que para plazo no lejano puede preverse una completa ordenación económica del continente. volver

(6)

La Federación de Estudiantes de Chile, presidida entonces por el destacado político y poeta Julio Barrenechea, vastamente conocido en Sud América, acogió en parte ese movimiento. Acompañado por Barrenechea recorrí algunas ciudades importantes de Chile, encontrando para mis ideas, en los sectores de juventud, un eco de honda simpatía. Estos sondeos me produjeron entonces -convicción, que el tiempo ha ido confirmando- la certidumbre de que existía ya, o comenzaba a producirse, un clima de unidad en América, clima que circunstancias especiales ponían en evidencia en Chile antes que en otros estados. volver

(7)

Publicado en los Anales de la Universidad de Chile, y en edición separada, 1933. volver

(8)

'Las vías o medios indirectos -escribíamos en 1933-, pueden traducirse en una Sociedad de Naciones Americanas, a cuyo amparo sería fácil establecer un Zollverein continental o -en un principio- de los pueblos latinoamericanos. Esta Sociedad permitiría a todos los estados de América apartarse de la Liga Mundial, que en su fondo es sólo una liga europea y para los europeos digo -apartarse sin propósito hostil hacia aquel cuerpo cuya buena voluntad está en armonía con su ineficacia- y resolver nuestros problemas americanos por nosotros mismos, de acuerdo con nuestra propia realidad. Sería un paso que desde luego no despertaría resistencia; un paso preliminar solamente, pero de utilidad indiscutible. En otros términos: sino se puede ir en línea recta hacia los grandes objetivos, conviene, cuando menos, procurar la obtención de medios que hagan más fácil el camino.       

Cierto es que no parece alentador el ejemplo de los continuados fracasos de la Liga de Ginebra y de como se han sobrepuesto en su seno, por insensato predominio del espíritu nacionalista de algunos de sus miembros, los malentendidos intereses de un capitalismo en plena crisis a las conveniencias y al bienestar colectivos, a la clara utilidad del desarme general, esto es, a sus principales actividades. Pero, desde luego, la Sociedad Americana tendría características más apropiadas a la realidad americana y mejores instrumentos de acción. Nuestros problemas nacionales no se traducen, en general, en amenaza de agresiones interamericanas ni existe espíritu de imperialismo en los países del grupo latino. Los intereses económicos de éste pueden armonizarse, siendo de notar que un sentido pacifista ha dominado en las mutuas relaciones de sus estados más influyentes (relaciones de Chile y Argentina, de Argentina y Brasil, de Chile y Perú, de México con todas las repúblicas del sur, etc.). Aún en raso de conflicto bélico -como en la guerra del Chaco- la Sociedad Americana habría estado en condicione materiales, sino de impedir su estallido, por lo menos de forzar a los beligerantes a aceptar en plazo corto la paz y someterse a arbitraje. Indudablemente en una Sociedad de Naciones Americanas, aún cuando sus organismos tengan más elasticidad, eficiencia y fuerza que los de la Liga Ginebrina, el radio de acción económico-social es limitado. No constituye, por tanto, objetivo máximo, como queda dicho. Podría ser una etapa muy útil en el camino de la unificación general y en ningún caso sería obstáculo a un proceso verdaderamente revolucionario. Creo que desde su seno se facilitaría notablemente la obra unificatoria.  Podemos ver en ella, cuando menos, un almacén de reservas continentales y un laboratorio de nuevas y mejores posibilidades.  La Sociedad de Naciones Americanas reuniría en su seno a todos, o, inicialmente, a un grupo de países latinoamericanos y, más tarde, a los estados angloamericanos...'.   (V. Los Problemas de la Unificación Americana, -págs. 29-30). En las páginas 30 a 34 de dicha obra se encuentra un esquema para una Sociedad de Naciones Americanas. Más tarde publicamos otro ensayo, más completo en el  particular: Sociedad de Naciones Americanas. (Anales da la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, 1937 y 'Cuadernos jurídicos y Sociales', edic. separada).En ambos trabajos se fundamentó principalmente la gestión en pró de una Sociedad de Naciones Americanas realizada por el Gobierno de Ecuador ante el de Venezuela, siendo Ministro de Relaciones Exteriores el General Chiriboga. volver

(9)

Se lee en el Cap. VI de la obra citada: 'He dicho que las vías o métodos directos implican desde luego un clima revolucionario ellos conducirían directamente, revolucionariamente, a la Unión General de América. Pero este objetivo básico puede resultar también es preciso reconocerlo de la Sociedad de Naciones Americanas, como consecuencia de futuros y no lejanos estadios económicos y del propicio clima que aquel organismo, en todo caso, crearía. La Unión General habrá de acomodarse fatalmente al ritmo de la transformación económica y social en último término, su extensión, sus organismos, sus leyes, están condicionados por aquel proceso'. volver

(10)

Esa división era la siguiente:            

Federación del Pacífico (Bolivia, Chile, Ecuador y Perú-Capital Federal: Arica).Federación del Plata (Argentina, Paraguay y Uruguay-Capital federal: Buenos Aires Montevideo).Federación de los Estados Brasileros (Brasil-Capital federal: Río de Janeiro o San Pablo). Federación Central (Colombia, Cuba, Estados de Centro América, Haití, México, Panamá y Venezuela-Capital federal: Panamá). Federación del Norte (Estados Unidos, y más adelante Canadá-Capital federal: Washington; al menos en el primer tiempo).(V, La Federación M Pacífico, publicado en los Anales de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, en 1937 y en el número especial de 'La Crónica' de Lima consagrado a la VIII Conferencia Panamericana. Edic. Separada: 'Cuadernos Jurídicos y Sociales', XXII; Prensas de la Univ. De Chile, 1939). volver

(11)

El profesor don julio Vega ha realizado estudios muy interesantes en su obra la tierra del porvenir, publicada en Santiago en 1941. Muéstrase partidario de la división de Ibero-América en cinco grupos: Confederación del Caribe, incluyendo a México; Gran Colombia, Brasil, Confederación Perú-Boliviana Nº Confederación Austral. Esta última comprendería Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay. Escribe Vega: 'Deben formar esta Confederación los cuatro países que ocupan la extremidad meridional del continente. Todas las condiciones geográficas y sociológicas favorecen una empresa de esta naturaleza. Unidos estos países, formarían un bloque bien proporcionado, con una perfecta individualidad, con una extensión que le aseguraría un puesto entre los países más grandes de la tierra y con una población que le permitiría desarrollar una economía sólida, y, si necesario fuese, una potencia bélica capaz de repeler cualquier ataque. El profesor Vega atribuye especial importancia a la base étnica, reconociendo que, con excepción del Paraguay, en cuya región del Chaco existe 'un número apreciable de indios', el resto de pobladores de dicho bloc es casi exclusivamente blanco. Creemos nosotros que la valoración étnica debe suponer el establecimiento de una política de inmigración que permita radicar en esta parte del Nuevo Mundo, en escala vasta, científicamente estudiada, a elementos de razas nórdicas. Después de la actual conflagración mundial podrán los gobiernos de los países respectivos realizar dicha política en las mejores condiciones que puedan esperarse. La guerra acelerará la renovación étnica de América, abriendo para el mundo una fuente de ricas experiencias y de maravillosas reservas humanas. volver

(12)

Al lado de la importancia meramente económica de la cordillera libre, hay que destacar su importancia social. Desde el ángulo chileno. vg., haría posible que bajara el costo de la vida considerablemente y permitiría al pueblo, hoy desnutrido y falto de vitamina, construir excelentes carnes y trigo argentinos dentro de algunos años le será difícil comprender a los hombres de la futura generación, que el interés de unos cuantos, ganaderos, agricultores y especuladores haya pesado más en la balanza de la vida nacional que la salud y la existencia misma de millones de chilenos. volver