Señor Decano, Señores Profesores y Académicos, Señoras y señores

No ha sido nuestra Facultad, en el curso de su existencia ya más que secular, pródiga en otorgar el título de Miembro Académico. En forma excepcional y sólo ante calidades personales muy relevantes ha conferido y confiere esta elevada distinción.

Tal es el caso de nuestro colega y amigo, el profesor don Ernesto Barros Jarpa, quien entra hoy a ocupar en ella el sillón académico que hace seis años dejara vacante el egregio jurisconsulto don Alejandro Álvarez (1). Y es por una deferencia del señor Decano y de mis colegas, -que se une a la circunstancia de que ambos hayamos a lo largo de un cuarto de siglo profesado en nuestra Facultad la misma disciplina-, que nos corresponde el grato cometido de recibirlo esta tarde en su nombre.

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Trazar la semblanza de quien en la vida pública se inicia en llora temprana, y que de ascenso en ascenso actúa en cargos importantes y sucesivos, en épocas distintas, se hace necesario -en ocasión como ésta- dar preferencia en el esbozo de su personalidad a aquello que mejor lo singulariza y lo destaca en lo que ha sido su evidente vocación.

Si observamos la trayectoria que ha seguido la vida del nuevo académico, fácil es advertir en ella, desde sus inicios, una especie de personal inclinación hacia los estudios diplomáticos y jurídicos internacionales. En efecto, siendo aún estudiante universitario es a la vez funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, y siendo funcionario de Relaciones Exteriores trabaja cerca del Asesor jurídico que lo es, a la sazón, don Alejandro Álvarez. Y, luego, dando cima a su carrera presenta como tesis o Memoria de Prueba a nuestra Facultad una magnífica monografía a propósito de 'Las Conferencias de la Paz y el Convenio sobre Arreglo Pacífico de los Conflictos Internacionales' (1914), en la cual adelanta firmes puntos de vista acerca de la solución que reclama el enojoso diferendo chileno-peruano concerniente a la suerte definitiva de los territorios de Tacna y Arica. En ella, en efecto, su autor examina los resultados a que llegara la famosa Conferencia y anota que el arbitraje obligatorio no era, por entonces, en el ámbito mundial una idea suficientemente madura, y comentando los puntos de vista de Chile bajo tal respecto consigna esta reflexión: 'A pesar de todas las teorías sustentadas por nosotros en esta materia han girado siempre en torno de un problema, han partido de un mismo centro: Tacna y Arica. No se puede decir que ellas sean uniformes, ni que la consecuencia sea la mejor prenda de orgullo de nuestra Cancillería'.

Es probable que nadie, acaso ni su propio autor, presintiera que, antes de transcurrir un lustro, sería llamado a la alta dirección de nuestras relaciones exteriores y que tendría en calidad de Canciller que propugnar el arbitraje como fórmula de solución de la larga controversia; ni menos que un día inesperado, caminando rumbo a los Tribunales de justicia, se encontraría de improviso con el ilustre Político don Eliodoro Yáñez, quien sabedor de sus aficiones por los asuntos internacionales, lo invita a incorporarse al elenco de los principales redactores de 'La Nación', diario que acaba de fundar.

Pues fue así, de esta suerte, como un día nació 'William Temple', seudónimo que el novel periodista escogió para si. El móvil que lo indujera adoptarlo nos es desconocido. Sabemos sí que Sir William Temple fue un notable político y destacado escritor británico de mediados del siglo XVII, respecto de quien Macaulay dice que 'entre las gentes de letras parecía un hombre de mundo, y entre las gentes de mundo era tenido por un hombre de letras'. William Templé desde las columnas de 'La Nación', estimulado por su señor y dueño, afirmó su vocación por los asuntos de carácter internacional. Unas veces fueron los suyos comentarios editoriales, otras veces artículos breves e incisivos en que solía reprochar a nuestra Cancillería su inercia o su excesiva cautela y reticencia.

El periodismo, se ha afirmado repetidas veces, es una profesión que predispone para el ejercicio de la función diplomática, pues quien la practica necesita estar constantemente alerta a los acontecimientos, captar coro rapidez su sentido, seguirlos en su evolución y juzgarlos en su probable desenlace. Ernesto Barros, periodista, demostró en el diarismo esta capacidad y nadie se extrañó por lo mismo que al asumir el poder, en 1920, don Arturo Alessandri lo escogiera entre sus primeros colaboradores y lo llamara al desempeño de la Subsecretaría del Ministerio de Relaciones Exteriores.

El delicado cargo lo sirvió el nuevo 'Miembro Académico, sólo unos pocos meses, pues, antes de un ario, pasó a ocupar la propia cartera de Relaciones Exteriores, cartera que retuvo a través de cuatro combinaciones ministeriales sucesivas, pues la sirve desde Agosto de 1921 hasta Agosto de 1922.

El delicado cargo lo sirvió el nuevo Miembro Académico, sólo unos pocos mete a la Cancillería, se debieron a particulares razones de Estados.

Bien sabido es que en el panorama internacional sudamericano de aquella época sobresalía una cuestión: el asunto llamado de Tacna y Arica, vale decir, el cumplimiento de lo dispuesto a su respecto en la cláusula III del Tratado de Ancón. En concepto de la administración que se iniciaba no procedía ni cabía sobre el particular otra solución que la prevista en el citado Convenio, o sea, que los habitantes de los referidos territorios expresaran su voluntad a través de un plebiscito. Mas, como los acontecimientos habían distanciado a las partes, un paso tal exigía llevar a cabo una gestión previa cerca del Gobierno peruano, pero hacerla ella al margen de los conductos ordinarios de la diplomacia.

El Canciller Barros no vaciló. Separándose de los usos acostumbrados en diplomacia se dirigió en cable directo a su colega el Canciller peruano, Doctor Salomón, y lo invitó a que ambos países abrieran negociaciones con miras a concertar las bases plebiscitarias contempladas en la cláusula III del referido Tratado. Tal es históricamente el origen de la llamada 'ofensiva diplomática' de 12 de Diciembre de 1921, gestión audaz que marca posiblemente el momento más alto de la diplomacia de Alessandri en su primera Administración.

Esta determinación, estudiada y llevada a efecto en el mayor sigilo produjo, como era lógico y natural, profunda conmoción en la opinión continental, pues, aparte de lo inusitada, importaba situar la enojosa controversia en un plano diferente al seguido hasta entonces, y como, en lo formal, rompía con usos y prácticas desacostumbradas entre países que no sostienen relaciones diplomáticas regulares, el estupor que ella causó en la Cancillería peruana fue tal que alcanzó, se dice, a dudar de la veracidad del cable.

El intercambio de comunicaciones entre las Cancillerías no dio ningún resultado, y cuando la gestión parecía, al igual que otras anteriores, destinada al fracaso el Gobierno de los Estados Unidos ofreció sus buenos oficios y éstos abrieron camino a un entendimiento, entendimiento que luego se formaliza en el Protocolo y Acta Complementaria que ambos países suscriben en Washington el 21 de julio de 1922. Fue de este modo que el largo diferendo entró en la esfera arbitral.

Los acuerdos de Washington motivaron encontradas reacciones. Tan luego como ellos se sometieron a la aprobación legislativa surgieron los temores respecto a los eventos del arbitraje. El Canciller Barros enfrentó resueltamente la discusión y no retrocedió ante las críticas. Por el contrario, admitió el derecho democrático de disentir en asuntos internacionales con el Gobierno. Y fue en el curso de estos debates donde demostró cualidades de polemista vigoroso y de orador de palabra fluida, elegante y persuasiva. Corresponden a esta jornada parlamentaria dos obras suyas de índole documental, especies de 'libros de color': 'Hacia la Solución' (1921) y 'Las Conferencias de Washington' (1922).

Aprobados en definitiva, tanto el Protocolo como el Acta Complementaria, las partes canjearon las ratificaciones de los respectivos instrumentos y pudo constituirse la instancia arbitral. Como Agentes de la defensa por parte de Chile fueron designados el señor Barros Jarpa y el senador y jurisconsulto don Carlos Aldunate Solar.

Antes de que el fallo arbitral se produjera el nuevo académico fue electo, con extraordinaria votación, Diputado por Santiago y ungido tal se incorpora a la Cámara en 1924. El vendaval político que luego se produce lo separa de sus funciones y lo llevan, poco después, al exilio.

Entretanto, con fecha 4 de Julio de 1925, el Presidente Coolidge expide su Laudo y en él acoge íntegramente la tesis jurídica sostenida por Chile, a saber: la vigencia del Tratado de Ancón de 20 de Octubre de 1883 y la realización de la consulta plebiscitaria prevista en la cláusula tercera del mismo acerca de la soberanía definitiva de los territorios de Tacna y Arica. Recordando esta hora de triunfo ha escrito el señor Barros: 'Fue la más hermosa confirmación que se puede dar a las esperanzas que un hombre de gobierno cifra en el resultado de sus actos, y el más alto premio que puede otorgarse al incansable esfuerzo con que se ha mantenido una idea patriótica' (2).

No es este el momento de entrar en el análisis de las causas o motivos que, en definitiva, frustraron la realización del plebiscito dispuesto por la sentencia arbitral.

Constituye él un capítulo de historia diplomática que aún está, por escribirse. A quienes acometan tal propósito les recomendamos una fuente indispensable de consulta: los medulares comentarios que sobre el particular escribiera, con el título 'Cosas del Mes', el señor Barros en la 'Revista Chilena' correspondiente a 1926.

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Asesor jurídico del Ministerio de Relaciones Exteriores (1926); miembro de la redacción de 'El Mercurio' (1927); Presidente de la Caja Hipotecaria de Chile (1932); Ministro de Hacienda (1932); Ministro del Interior (1933), son, entre otros algunos de los elevados cargos que el nuevo académico desempeña con Posterioridad a sus labores plebiscitarias en Tacna y Arica.

Hasta aquí ha actuado el señor Barros alternativamente en el foro, en la política, en la diplomacia, en la administración y en el diarismo. En 1933 su actividad se proyecta en una nueva dirección: se incorpora a la docencia universitaria como profesor titular de la cátedra de Derecho Internacional Público de nuestra Facultad, y en ella ha profesado -puede decirse sin hipérbole- durante treinta y tres años consecutivos.

De su devoción por la cátedra y el Derecho Internacional, aparte de tantos testimonios que pudieran y pueden darse en su caso, ¿quién no recuerda aquella hermosa disertación proclamando su fe en las instituciones jurídicas que gobiernan la vida de relación internacional pronunciada aquí mismo hace veinticinco años? Releamos 'Nuevos aspectos del orden internacional, especialmente en América' (1941), y mucho de lo que entonces dijera el nuevo académico sigue siendo actual.

Contrariamente a lo que suele creerse, la enseñanza universitaria del Derecho Internacional es menos sencilla de lo que a primera vista parece. Desde luego está la vastedad de su ámbito, vastedad que de día en día se acrecienta y que por sí misma acusa que el proceso de su formación aún no concluye. A esta primera dificultad se suma la perturbación que introduce la política, en procura permanente de nuevas soluciones y los equívocos que producen quienes buscan en el Derecho Internacional semejanzas y analogías propias de Derecho Privado.

Persuadido el señor Barros de que es en libro donde el estudiante puede apropiar los tecnicismos del lenguaje, repasar lecciones y consolidar conocimientos, entregó hace años a los alumnos de la cátedra, con el sencillo título de 'Esquema', -título que ha mudado posteriormente por el de 'Manual de Derecho Internacional Público'-, una apretada síntesis de lo que en punto a datos y doctrinas jurídicas debe saber y aprender todo estudiante. Y bien, no obstante las sucesivas ediciones que la obra ha alcanzado, su autor nunca se ha sentido plenamente satisfecho de ella y, a manera de excusa, viene diciendo con modestia en nota introductoria: 'No existe la pretensión de creer que para lograr un dominio general del ramo, este trabajo exima de la necesidad de consultar obras más completas y en todo caso más autorizadas. Antes bien, eso será indispensable para el catedrático que exponga estas materias, lo mismo que para el alumno que desee profundizarlas'.

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Curioso, no obstante el amplio conocimiento de la vida internacional de nuestro continente y de sus problemas, es sólo en 1938 que el señor Barros participa como plenipotenciario en tina reunión de carácter regional, y es con motivo de la VIII Conferencia Internacional Americana que dicho año tiene lugar en Lima.

Su intervención en los debates que en ella hubo fue destacada, especialmente en el terna referente al sentido y alcance del sistema llamado consultivo.

En la conferencia que antecediera a ésta, los países americanos habían creado el método llamado consultivo, y asumido el compromiso de oírse cuando y cada vez que se suscitara un problema o asunto que interesara a todos. Dejaron sin embargo sin resolver ni determinar el medio, el lugar, el procedimiento que correspondía seguir para poner en movimiento la consulta en un instante dado. Se dio vida, como bien se ha dicho, a la función, pero no se creó el órgano. Dos posiciones sobre el particular surgieron en el seno de la Asamblea: la sustentada por el profesor Barros y la defendida por el profesor Antelo. En concepto del primero, los signatarios de los acuerdos de Buenos Aires habían estipulado una obligación jurídica que requería 'de un órgano preestablecido a través del cual pudiera la consulta canalizarse rápidamente. A juicio del segundo, esta determinación era innecesaria. Bastaba con la reunión oportuna de los Cancilleres pues serían en definitiva los Gobiernos los que darían curso progresivo a los acuerdos emanados de la consulta.

La fisonomía que ha ido tomando posteriormente en el hemisferio el sistema consultivo indica que en la práctica ella no poco se ha acercado a los planteamientos que, en la ocasión dicha, enunciara el hoy nuestro académico. Siempre en el orden de los desempeños de carácter internacional que ha tenido el nuevo académico quedan por mencionar dos de bastante importancia, a los orales él mismo liará especial referencia en su trabajo de incorporación: su actuación como Ministro de Relaciones Exteriores en el primer Gabinete del Presidente Ríos (1942) y sus puntos de vista respecto de la estructura y funcionamiento de nuestro sistema regional, a la luz de las disposiciones de la Carta de la Organización de Estados Americanos que, como Delegado plenipotenciario de Chile, suscribiera en Bogotá en 1948.

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Poco a poco ha ido desapareciendo del lenguaje de nuestra época una expresión que antes era habitual: darle el calificativo de jurisconsultos a quienes, tras una intensa vida forense, son requeridos para expresar su parecer sobre una cuestión jurídica determinada.

Desde este ángulo la labor del señor Barros, a pesar de ser considerable, es, probablemente, menos conocida. Sábese como es natural que en varios períodos ha sido integrante de la Excma. Corte Suprema; que importantes fallos redactados por él corren impresos en la 'Revista de Derecho y Jurisprudencia'; que algunos dictámenes suyos, -como el que emitiera a propósito de los barcos daneses y el derecho de angaria,- los ha reproducido igualmente ella; que el año recién pasado el más Alto Tribunal de justicia de la República, en consideración a sus merecimientos y al hecho de cumplir medio siglo de vida forense, lo hizo objeto de un homenaje excepcional (3).

Todo esto es sabido. Pero, no son muchos los que están enterados de que Gobiernos extranjeros, en ocasiones difíciles y en asuntos delicados, hayan apelado a su opinión y a su consejo. Por vía de ejemplo mencionaremos dos pareceres suyos de tal especie, que no son por cierto los únicos. Uno, concierne al largo diferendo anglo-guatemalteco sobre la reivindicación del territorio llamado de Belice, y, el otro, sobre cumplimiento del Laudo arbitral expedido por el Rey de España en un asunto de fronteras entre Nicaragua y Honduras.

En el primer caso, requerido por Guatemala, el profesor Barros ha sido de parecer que como la cláusula que se invoca del Tratado de 1859 fue redactada en términos deliberadamente vagos, por circunstancias que prelevacían en el momento de su celebración, no es posible interpretarla de acuerdo con su tenor literal y que, 'después del tiempo transcurrido, de las diversas negociaciones iniciadas para alcanzar un acuerdo, de las reiteradas muestras de buena amistad que las partes se han dado recíprocamente en presencia del conflicto, no cabe sino pensar en que éste es un asunto en que, a falta de acuerdo directo, debería ser sometido a la resolución de un árbitro que tuviera facultad de proceder en conciencia y aplicando las reglas de equidad'.

El asunto no ha sido aún resuelto, pero parece encaminarse hacia una solución amistosa, fuera del, ámbito judicial.

En el segundo caso, requerido por Honduras, el profesor Barros se pronuncia acerca de la resistencia del Gobierno nicaragüense a cumplir el Laudo del Rey de España de 23 de Diciembre de 1906, basándose en que él contiene obscuridades y contradicciones que lo hacen inaplicables.

Largamente y en instantes en forma enojosa las partes discutieron la validez o nulidad de dicho fallo, sin lograr acuerdo. Consultado en 1953 sobre el caso el señor Barros, en un extenso informe, se pronunció en el sentido de la validez plena de la referida sentencia y, dictaminando, recomienda a Honduras someter la controversia a la decisión de la Corte Internacional de justicia de La Haya. El Gobierno Hondureño se atuvo a su parecer. Llevó el caso a la Corte y, ésta, por 14 votos contra 1, declaró, en sentencia de 14 de Noviembre de 1960, que el Fallo expedido por el Rey de España era válido y obligatorio y que Nicaragua estaba en la obligación de cumplirlo. Y así Ira ocurrido con posterioridad.

En medio de tantos y tan variados afanes intelectuales como los que han ocupado la vida del hoy académico sorprende que haya dispuesto y disponga aún de tiempo para tomar de vez en cuando la pluma y escribir. Unas veces suelen ser los suyos comentarios periodísticos sobre asuntos de actualidad internacional; otros, son ensayos académicos en torno a capítulos atinentes con nuestra historia diplomática y, frecuentemente, son croquis o siluetas en que bosqueja a un personaje que ha estudiado o conocido con alguna intimidad. Son numerosos sus estudios de este tipo. De entre ellos nuestra preferencia está por la semblanza que consagrara al Barón Branco. Hay, en efecto, en el perfil que traza del eminente estadista brasileño algo que denota que ha estudiado al personaje, lo ha seguido y admirado y que en él encuentra el arquetipo del perfecto Canciller.

Veámoslo en un enfoque, tomado al pasar, en el que aludiendo a la influencia y éxitos diplomáticos excepcionales que alcanzara en vida el ilustre hombre de Estado, su biógrafo emite este juicio:

'Para que la acción dominante de Cabo Frío desapareciera se necesitaba que emergiese en el ambiente diplomático brasileño una figura vigorosa superior a la suya; que imbuida de la misma tradición diplomática pudiese dar confianza al Brasil sobre la continuidad de miras internacionales; sobre la eficiencia del trabajo que se realizara, y sobre la inteligencia y vigor con que habría de ser llevado a cabo. Y eso sólo ocurrió cuando, aureolado ya por dos grandes y pacíficas victorias externores, fue llamado a formar parte del Ministerio de Relaciones Exteriores, del Presidente Rodríguez Alvez el Barón de Río Branco'.

Y a modo de reflexión agrega en seguida:

'Creo que toda persona que haya tenido contactos, aunque sean transitorios con la política exterior, justiprecia el mérito de la continuidad; mérito que sólo se logra cuando se ha obtenido la permanencia substancial del mecanismo llamado a servirla.

'Una política exterior influida por las alternativas partidarias de la política interna, no merece generalmente tal nombre. En cambio, un país que ofrece siempre un mismo aspecto en su personalidad exterior, inspira confianza y capta por esta sola circunstancia el respeto de los demás.

'La política interna debiera renunciar a sus incursiones en el campo de la política internacional y de sus órganos principales. El patriotismo que, juzgando sin apasionamientos y salvas raras excepciones, se encuentra repartido por igual en toda la nomenclatura de Partidos Políticos, debiera provocar una coincidencia en el servicio exterior y hacer una isla neutral en el Ministerio de Relaciones Exteriores.

'El carácter 'insular' de esta cartera, si se me permite la expresión, tiene que aparecer desde adentro como desde afuera. Río Branco tenía esta convicción y a ella debió gran parte de sus éxitos'.

Señoras y señores:

En otros tiempos era entre nosotros más frecuente que ahora una costumbre: Los hombres públicos llevaban diarios, hacían apuntes, recogían los hechos de la realidad que les había tocado vivir o conocer. En una palabra, solían dar forma de memorias a sus recuerdos.

El señor Barros -acabamos de verlo- ha sido a lo largo de no pocos años, y en una época pletórica de cambios, espectador y protagonista de muchos acontecimientos políticos y diplomáticos. Los primeros, frecuentemente los recoge el diario o la revista, pero, de los segundos, no cabe decir lo mismo: En efecto, la acción diplomática se desenvuelve, corno es sabido, simultáneamente en dos planos: uno, que da su faz al público y, el otro, quizás el más interesante, queda inédito, cuando no se disimula en la penumbra.

Pensando en esto que decimos muchas veces nos hemos preguntado si el nuevo académico -que todos bien sabemos se expresa con elegancia y gusta de la historia- habrá tenido alguna vez el propósito de dar forma de memorias a sus recuerdos. No sabríamos decir si una solicitud en tal sentido es académica en ocasión como ésta, pero nos asiste la creencia ele que cuenta con la simpatía plena y la adhesión de quienes han venido esta tarde a asociarse al homenaje que a su persona le tributa nuestra Facultad.

Profesor señor Barros Jarpa:

En un instante más el señor Decano os hará, entrega solemne del diploma que os acredita como Miembro Académico de nuestra Facultad. Pero, la verdad es que este título hace mucho tiempo que vuestros discípulos y colegas os lo habían acordado en consideración a vuestros muchos personales merecimientos.

 

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1

El señor Alvarez sucedió a don Santiago Aldunate Bascuñán, catedrático de Derecho Romano y posteriormente Embajador de Chile en Estados Unidos. volver

2

Un relato de la gestión diplomática de 1921, de sus alternativas y de sus resultados hizo el señor Barros Jarpa en un extenso artículo publicado en 'El Mercurio' de fecha 12 de septiembre de 1927. volver

3

Celebración de 50 años de profesión del Abogado, don Ernesto Barros Jarpa. 'El Mercurio', 7 de abril de 1965. volver