Señores Presidentes del Instituto de Chile y de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, Señores Académicos, señoras y señores:

La Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile recibe hoy a don Eugenio Velasco L. en calidad de miembro de número.

Este es uno de los modos como la sociedad reconoce y exalta los valores que un ciudadano ha puesto en sus actividades o en sus pensamientos y el coraje y esfuerzo con que ha luchado para su vigencia. Así honramos a esos ciudadanos. Aquí, la Nación les ofrece un lugar apacible donde el diálogo desinteresado devele aquellas cosas que el tumulto de la vida diaria no permite descubrir o apreciar en toda su rica significación.

La personalidad de nuestro recipendiario une a las características del hombre culto, las apropiadas al hombre de acción: brillante estudiante de Derecho ostenta los galardones y premios que la Universidad otorga a sus mejores alumnos; deportista activo y destacado, al mismo tiempo que ágil organizador y director de instituciones juveniles en las que la limpieza de las intenciones, la buena fe, la competencia leal y alegre se unen al goce pleno de lo que la vida ofrece a la juventud y mantiene el vigor y la dicha de vivir a través de los años.

Ascendió peldaño a peldaño la carrera de los deberes y honores académicos, desde la ayudantía, a la cátedra, a la dirección de la Escuela de Derecho y al decanato de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales que hoy dirige. Entre tanto, ha sido embajador en Argelia y Túnez donde pudo agregar a su saber el conocimiento de ese gran mundo mediterráneo o islámico, cuna de gran parte de nuestra cultura y de nuestra historia. Desde allí también pudo contemplar nuestro país y nuestros problemas, medirlos y pesarlos, desde el observatorio mundial de las relaciones internacionales.

Eugenio Velasco, igual que muchos de los más distinguidos egresados de los estudios jurídicos y sociales, se interesó en los problemas. políticos; en especial de los aspectos en que la política tiene que recurrir a la tecnología y a la ciencia. Fue secretario y luego presidente del departamento de estudios técnicos del Partido Radical. Sabía que la política moderna exige de las organizaciones partidarias no sólo definiciones filosóficas de su ideología, sino también cuadros de profesionales y técnicos que conozcan la complicada trama de la vida nacional e internacional y sean capaces de orientar soluciones concretas y traducir en actos su visión del presente y del porvenir.

Los cambios acelerados que él observaba en la sociedad contemporánea debían, a su juicio, aparecer en la universidad, en sus estudios jurídicos, políticos o administrativos. Recuerdo con verdadero placer nuestras pláticas acerca de las reformas que debían introducirse en las técnicas docentes y en las investigaciones durante aquellos años en que él era director de la Escuela de Derecho. Estuvimos juntos en Sao Paulo, durante una semana, discutiendo con juristas brasileños y profesores de Harvard los fundamentos de la reforma que debería programarse para los estudios jurídicos en América Latina; allí Eugenio Velasco demostró su capacidad dialéctica, sus conocimientos del derecho moderno, su facilidad para descubrir cuáles eran los elementos en los cambios sociales que traen aparejados nuevos conceptos para la enseñanza del derecho y para la formación profesional del abogado; en que el derecho debía elaborarse teóricamente con antelación a las circunstancias y modos sociales cambiantes que podían ser previstos. Pensaba que no sólo era posible, sino necesario formar a la juventud no tan sólo en la comprensión del derecho vigente, sino también discutir aquellos conceptos que diseñaban una sociedad futura diferente de la actual. Pensaba en una Universidad abierta a los cambios, al mundo del porvenir, dispuesta a participar en su construcción.

Ese espíritu renovador le ha llevado a patrocinar y justificar importantes reformas de los estudios, introducir mejores métodos de aprendizaje y ampliar las facilidades con que se imparte la docencia y se realiza la investigación jurídica.

El agrado que los varios campos de actividad le producen jamás lo apartan de aquello que con mayor deleite ha trabajado: la enseñanza y el estudio del derecho y una franca y a veces valiente comunicación con la juventud inquieta, estudiosa y deportista. Ello explica que su disertación hoy día sea el análisis de los problemas que movilizan a la juventud y preocupan a los adultos. En forma brillante ha hecho un trozo de nuestra historia contemporánea.

Permitidme que aproveche la ocasión que la personalidad de Eugenio Velasco nos ofrece para hacer por mi parte, al recibirlo, una breve referencia a un problema de historia contemporánea en la que le cabe un papel importante al jurista. Se trata de las relaciones entre los científicos, los tecnólogos y los poderes instalados, en el fondo el tema de la libertad del científico en la sociedad presente y la transformación de sus responsabilidades morales en normas jurídicas.

Los gobiernos, por motivos de poder, prestigio y urgidos por necesidades sociales y económicas; las grandes empresas, por motivos de lucro y de prestigio, buscan en todas partes, la colaboración de la inteligencia científica y técnica. Las amenazas que cercan la vida humana empujan a todos en dirección a aquellos que la puedan aliviar de sus pesadillas y disipar sus temores, hacia los que sean capaces de penetrar los misterios del mundo y del hombre y dar a sus conocimientos una aplicación útil y a veces urgente.

Por primera vez en la historia, el joven estudiante de las ciencias y el adulto se dan cuenta de que la Humanidad penetra en una esfera del conocimiento que le da el poder de destruir el mundo o de crear mundos nuevos como el 'homúnculo' de Goethe lo anunciara. ¿Qué nos puede extrañar entonces que la juventud universitaria nos hable en un nuevo lenguaje del compromiso de la Universidad, del compromiso de la ciencia con la sociedad y de la participación objetiva?.

Los políticos de aquellos países donde la ciencia es escasa y la tecnología balbucea miran con desesperación la fuga de los intelectuales, buscan con ansiedad la manera y modo cómo la ciencia y la tecnología puedan ser transferidas de los países que la poseen a aquellos que la necesitan. Saben que además de la fuga hacia afuera, existe otra mucho más peligrosa e impalpable, el anacoretismo interno, la fuga hacia el silencio.

Gobiernos y Parlamentos tratan de prestigiar sus resoluciones con el respaldo de las ciencias, mostrar que sus decisiones son aprobadas por la autoridad del saber. Ya no es suficiente que las universidades formen profesionales y realicen investigaciones; ahora se les pide mucho más; que se comprometan, que participen directamente, sin tomar decisiones políticas, sino elaborando las decisiones que otros toman e implementándolas con las aplicaciones tecnológicas que conviertan esas decisiones en acontecimientos. Con ello la ciencia ha tomado una nueva dimensión.

Las ciencias, se refieran al hombre o a la naturaleza, se han convertido en una cuestión política. Sus aplicaciones plantean graves conflictos morales en su calidad de factores del desarrollo social y económico y de la competencia internacional. Esta nueva dimensión del saber impone al científico inesperadas obligaciones que lo circundan de peligros, diferentes y más sutiles que los que afrontó en otros tiempos cuando luchaba por crear una visión objetiva del mundo.

Numerosas investigaciones aplicadas, al usarse se convierten en tremendamente dañinas del ciclo ecológico vital o nos sumergen en una sociedad impregnada del terror. Si el investigador tecnólogo percibe que entre sus líneas de trabajo alguna de ellas puede derivar a una aplicación nociva o un 'reversal result', ¿debe continuarla- o como algunos lo han hecho, -debe detenerse- Con bastante frecuencia los poderes políticos, económicos o militares no trepidan ante estos problemas de conciencia y dan la orden de seguir adelante. ¿Qué debe hacer el científico en esos momentos?¿Dónde encontrará apoyo?.

Desde el instante en que la ciencia y la tecnología pasaron a ser una importante cuestión política, los aspectos y conflictos morales se agudizaron en la conciencia de los hombres de ciencia; pero ella no se detiene aquí; es mucho más profunda cuando el tecnólogo al desarrollar una investigación aplicada advierte que el uso del producto puede llegar a tener un efecto imprevisto para algún sector de la humanidad, afectar gravemente los recursos naturales o, lo que es más grave, la dignidad del hombre o el desarrollo libre de su personalidad. En el fenómeno de la televisión aplaudimos la abundancia de noticia, la proximidad de la información, soñamos con sus propósitos educativos o culturales; pero despertamos con los efectos reales aterradores y masificadores que sus espectáculos producen en niños y adultos.

La tecnología moderna, lo queramos o no, es una forma del contacto directo entre la ciencia y el ser humano, es su intermediaria; pone a la ciencia en contacto con sus necesidades y aspiraciones; la alta creación científica no llega al hombre medio, tal vez lo logrará alguna vez en el futuro. Por ese camino la tecnología se va convirtiendo en la zona de las relaciones entre el hombre y el saber, en el humanismo de nuestro tiempo para el 95% de la humanidad. A medida que las ciencias naturales o humanas avanzan en profundidad parece que será menor el número de personas que podrá acceder a ellas.

El derecho ha venido en auxilio tanto de los creadores de la ciencia y la tecnología como de sus consumidores, con los unos para convertir sus problemas morales en cuestiones jurídicas y con los otros para ofrecerles una garantía mínima de que la creación científico-tecnológica -apartado el problema de la guerra- no los sumirá en sucesivas catástrofes provocadas por el uso de una tecnología que tiene su propia dinámica para movilizarse y crecer.

Científicos y tecnólogos, durante los últimos años, auxiliados por eminentes juristas, en diversas partes del mundo, Suecia, Alemania, Francia, Estados Unidos, etc. han propuesto el establecimiento de controles previos, exhaustivos, sobre las aplicaciones tecnológicas o de ciertos tipos de investigaciones que puedan ser nocivas para el ser humano, afecten su dignidad, alteren gravemente los ciclos vitales o traigan resultados invertidos en la producción. Este movimiento de precaución ha producido ya algunas disposiciones legales o proyectos de leyes y se han organizado importantes sociedades para estudiar y señalar normas acerca de estos problemas.

El año recién pasado un senador americano presentó a la consideración del Congreso un proyecto de ley que crea un organismo a nivel del Presidente de la República que elabore y aplique normas que controlen, en forma previa la investigación aplicada y con ello, como ya lo hizo una ley sueca, la participación de normas jurídicas en la intimidad del área científica y de sus aplicaciones.

La sociedad necesita que el derecho regule aspectos de la actividad científico-tecnológica que hasta el momento-parecían inviolables. Nuestro colega Eduardo Novoa, hace poco, desde la tribuna universitaria y profesional nos habló en forma profunda y brillante del problema jurídico y moral de los trasplantes de órganos entre seres humanos y la revista Daedalus de la Academia de Ciencias y Artes norteamericana, hace pocos meses dedicó uno de sus números al estudio del problema de los experimentos médicos en seres humanos. Excelentes juristas y médicos participaron en el debate. La cuestión está planteada.

El hombre de derecho en estos momentos puede y debe señalar caminos y normas que por un lado salven la libertad de las ciencias y por otro permitan liberar a la Humanidad de los peligros y amenazas de las aplicaciones tecnológicas.

La vinculación que representa Eugenio Velasco, como miembro destacado de la Universidad, en el estudio del derecho con su actividad profesional y con el desarrollo tecnológico científico adquiere un importante significado para la vida social y la solución posible de los problemas de conciencia que afrontan los hombres que crean el saber. Tal vez la Academia a la cual hoy se incorpora sea uno de esos ambientes tranquilos donde hombres de su calidad y otros que a ella pertenecen puedan discutir este tipo de cuestiones con los científicos y tecnólogos de otras Academias del Instituto de Chile.

Deseo terminar con una advertencia del eminente físico inglés Maurice Goldsmith hecha en una conferencia ante la 'Asociación Británica para el avance de la Ciencia en Septiembre de 1967. La actual generación de científicos es la primera que vivirá sabiendo que sus trabajos impactan no sólo en el terreno de la política nacional e internacional, sino también en la moralidad y el comportamiento de los individuos y de los grupos. En esta situación, algunos insisten en mantener su objetividad rigurosa tratando de conservar sus puntos de vista políticos separados de su trabajó científico y otros, creo más correctamente, tratan de tener alguna intervención en las consecuencias de aquello que ellos han contribuido a crear'.