A 33 grados de latitud Sur y 71 de longitud Oeste, bajando lentamente de los cerros para detenerse como maravillada junto al mar, se halla una ciudad original a interesante como pocas, no solamente por la naturaleza que la rodea, el colorido de sus casas y el raro dibujo de su planta, sino que por el modo de ser de sus gentes y hasta por sus orígenes a historia. Este Valparaíso, de una tradición muy definida y suya, tiene para los hombres de tierra adentro un encanto especial, que hace que cuando se asoman al Puerto y ven salir amables a su encuentro los mástiles que emergen de su rada o las luces diminutas que se columpian en la altura, se sientan un poco porteños de pensamiento o corazón.

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Poco se sabe de la indiada que habitara antes del siglo XVI el valle de Quintil, base del surgidero que Juan Saavedra, en memoria de su cortijo, llamó Valparaíso. En cambio, los variados haceres de sus visitantes más ilustres en el siglo siguiente son realtivamente conocidos. Los principios fueron de buen auspicio: primero, Pastene, el 'capitán de elevado carácter, desinteresado y superior en miras', que llegó en 1544, no como mercader o mercenario sino que como marino, en barco propio; y poco después Rodrigo Marmolejo, cura foráneo, que, de paso para Lima, fundó la primera capilla en el sitio que hoy ocupa la Matriz. Pero, no tardaron en venir otros menos desinteresados o evangélicos: una mañana de Diciembre de 1578 fué 'el Draque', el mismo cuyo nombre, después de un crucero de piratería afortunada, se convirtió en 'Sir Francis Drake'; luego, Cavendisch y Hawkins, piratas ingleses también; y, por fin, los de Holanda, Garritz, Noort y Stilbergen que hicieron con sus desmanes del primer siglo de vida que tuviera el Puerto 'una leyenda de dolor'. Durante la centuria siguiente, a pesar de que el sistema de comercio impuesto por España a sus colonial 'asemejábase en todo al que habían planteado en sus ingenios de minas y en sus estancias feudales los encomendemos de Indias', empezó a vislumbrarse el desarrollo que había de alcanzar más tarde esta importante actividad. Tímidos cambios de frutos que salen y tejidos que entran, entre los meses de Diciembre y Abril, primero; sebo, badanas y cordobanes que navegan hacia el Callao, después; cáñamo hecho jarcias, mulas y cocos, enseguida; y el vino rojo y el noble trigo en abundante exportación, por fin. El siglo XVIII trajo regocijo a los 'bodegueros' porteños, en porfiada competencia con los 'navieros' peruanos; el trigo continuo siendo el negocio principal de Valparaíso, sin perjuicio de los cáñamos de Panquehue, y de los tejidos de lana que, venían del Sur. Robustecióse, además, en esta época, el comercio francés por el Cabo de Hornos; se establecieron los navíos de registro que, junto con dejar pingües ganancias al tesoro español, abarataron nuestros consumos 'desde el hierro indispensable a la labranza y la minería hasta los embelecos de la moda'; y el contrabando actuó como Consejero capaz de convencer al Rey de España de que dispusiera una, relativa libertad de comercio para sus nativos de ultramar (1778). Por fin, la etapa del año 10 significó para Valparaíso el título de ciudad con el dictado de 'la muy noble y leal de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro'; la despedida oficial de los españoles que le prendieren fuego después de Chacabuco (habían de volver cincuenta años más tarde a análogo trajín con Topete y Méndez Núñez); la aparición de los primeros yankees en busca de ballenas, lobos y negros; la partida de sus aguas de la escuadra libertadora del Perú; la primera edición de 'El Mercurio'; los gloriosos afanes de la campaña del Pacífico; los rudos días, de la Revolución del 91; el extraordinario crecimiento de su comercio; y su partida de nacimiento como gran ciudad, segunda de la República y primer puerto del mar del Sur. Hablar del Valparaíso contemporáneo fuera ocioso por lo conocido del asunto y la debida apreciación del sujeto. Y, es por eso que, al dedicar algunos pensamientos a este motivo, hemos preferido hablar de cosas idas. Cuna de sufrimientos, infancia de privaciones, adolescencia de esperanzas y madurez de éxitos: tales han sido, a grandes rasgos, las etapas de travesía de la noble ciudad.

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La Facultad que tengo el honor de presidir dedica el presente número de sus Anales a Valparaíso como un testimonio de afecto a la ciudad y de respeto y gratitud a los profesores de su Escuela de Derecho. Además quiere exteriorizar, en esta ocasión, sus propósitos de hacer del nuevo edificio de esa Escuela, en positivas vías de realización, un plantel universitario y de cultura científica y artística general digno del Puerto por su importancia, de sus maestros por sus meritos y de la Universidad de Chile por sus tradiciones.

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