Problemas Cinematográficos

Cuando el aficionado al cine, revisa las publicaciones técnicas en que se da cuenta detallada del progreso de este arte, cuyo foco de influencia se pierde en el fondo mismo de las multitudes, puede constatar, sin mayor esfuerzo, que el cinematógrafo, en sus aspectos más trascendentes, no se conoce en Chile. Años atrás, visitó nuestras clínicas, el profesor Krauss, eminente catedrático, especializado en cirugía cerebral, que dictó algunas conferencias de divulgación científica en nuestra Universidad. El público pudo ver, con tanto interés como admiración, algo que tenía la violenta sugestión de lo nuevo; se trataba nada menos que de una cinta cinematográfica, dónde era dable seguir fase por fase, el desarrollo de una trepanación, efectuada por el propio conferenciante. Los distintos sectores del campo operatorio, aparecían discriminados nítidamente, pues, el mecanismo impresor de la película hallaba colocación a pocos centímetros del operado; si hubiéramos dispuesto en aquel entonces, de una talking picture, habríamos sentido el áspero trabajo de la fresa trepanando el hueso. En suma, aquella película enseñó al auditorio, hechos cuya simple exposición discursiva, no habría bastado a dilucidar en forma tan precisa y plástica. Posteriormente, no se nos ha brindado la oportunidad de presenciar el desarrollo de una cinta de la claridad y elocuencia de la consignada. Es preciso advertir, que en Europa y en los Estados Unidos, los alumnos universitarios pueden disfrutar a diario de este mecanismo cinemático orientado a la pedagogía. No hay razón alguna que justifique nuestro compás de atraso, como trataremos de probarlo. Periódicamente, cruzan la vía andina, innumerables películas, de corte galante, en el mejor de los casos, formando mayoría las de carácter puerilmente chabacano, de tal modo, que, junto con registrar el aficionado la curva progresiva de la técnica, ve sucederse en una fila aborregada, los mismos temas tratados por diferentes artistas, que cumplen su rol a las mil maravillas, pero, sin dejar en el espíritu de la multitud ningún sedimento instructivo, que se aparte algo siquiera de ese erotismo a tanto la libra. Claro está, que, en medio de la balumba de rollos de un mismo abolengo, llegan algunos y nos indemnizan de tanta tontería, que son como lamparones rutilantes, después de una espera fatigosa. Tal fue el efecto que produjo en nuestro ánimo, la película del año pasado “Luces de la Ciudad”, donde aparece el verdadero creador del cinematógrafo moderno: Carlos Chaplin. He aquí, un hombre que merece párrafo aparte, por ser único en el sentido stirniano del vocablo; maneja la propiedad de su espíritu, como quién diseña el orden de los frutos en la heredad. Es el loco de la Mancha dentro del cine y como aquél también tiene su caballito de celuloide y sobre él trota por los campos de Montiel, llevando sobre sus lomos aporreados, dos grandes acémilas, una cargada de llanto y la otra cargada de risa, y Sancho corre a su siga, montado en el borrico de la realidad, y Charlot sigue, bastón en ristre, desafiando a los representantes del sentido común. Gran parte de complicidad en el anacronismo de nuestro cine corre de cuenta de la comisión de censura, que, si no tiene atribuciones para exigir de los empresarios determinado linaje de películas de orden cultural, por lo menos debiera ofrecer una razonada y constante oposición a los que comercian con los espectáculos cinescos. De esta suerte, podría obtenerse, a la larga, un conjunto de representaciones de difusión científica que hicieran escuela entre el grueso público, como se practica a la continua en los teatros alemanes, suizos, belgas, italianos. Por tal razón, se nos ocurre que la comisión de censura cinematográfica debiera estar integrada con mayor fruto, por un biólogo, un profesor en ciencias naturales y un artista, a cargo de la mise en scene. No se trata de un cambio snobista de lámparas viejas por nuevas, sino de un movimiento aconsejado por la actual y pobre realidad de los espectáculos, y por el ejemplo que nos ofrecen países más maduros y cuerdos que el nuestro. El cine, debe ponerse al servicio de la enseñanza, ya sea destinando anualmente un ítem del presupuesto de instrucción pública, para encargar películas destinadas a enseñar placenteramente o estudiando cualquiera otra fórmula que sufrague el mismo fin. ¿Cómo es posible, que en nuestros liceos, los alumnos no hayan podido constar el proceso de formación de un estoma, o la multiplicación de un huevo, mientras los alumnos belgas y suizos, hace veinte años que disfrutan de la observación de fenómenos biológicos tan altos como los mencionados, gracias al equipo cinesco? En los congresos de cinematografía de Basilea y de la Haya, de los años 1927 y 1928, respectivamente, se trató en extenso de estos problemas, discutiéndose en forma apasionada y hasta en sus pormenores, la técnica a que habría que adaptar la producción de películas escolares: formato, colorido, metraje, motivos, y corte artístico; dejándose sentado el precedente de que el auxilio que recibirán profesores y alumnos del mecanismo cinemático, sonoro o mudo, es poderoso. Dice Walter Günther “que las personas directamente interesadas deberían emitir sus opiniones, compararlas, coordinarlas y comunicar cuanto antes sus resultados a la industria para que los productores sepan lo que los maestros, los educadores del pueblo y la juventud esperan de ellos”. Las condiciones técnicas fijadas a las películas pedagógicas en el último Congreso, son estas: deben traducir la verdad de los hechos, satisfacer las exigencias de orden cultural y llenar todos los requisitos de presentación artística ajustándose en lo posible al buen gusto. Para significar la importancia que se le asigna al cine educacional, traeremos en abono algunas opiniones de sabios y pedagogos especializados en la materia. Paul Painlevé, al referirse a una encuesta que se le hizo a este respecto, dice: “mi fe en el cinema de enseñanza no es de hoy. En 1915, siendo Ministro de Instrucción Pública, formé una Comisión para el estudio de la enseñanza por medio del cinema. Mi opinión no ha variado; el cinema es útil en la enseñanza, simplificándola, presentándola en resumen en una época en que los programas están tan cargados que hay que ir necesariamente muy aprisa”. Nouailhac, profesor adjunto del Liceo Pasteur, sostiene sobre la materia: “Algunos refractarios dicen: “Con vuestro sistema rebajáis la enseñanza, divertís a los alumnos, los desacostumbráis al esfuerzo y a la reflexión personal”. Pero no tenemos más que una ínfima minoría de alumnos capaces de un pequeño esfuerzo personal y de espíritu crítico. En éstos, las preciosas cualidades apuntadas, no quedarán disminuidas por haber visto imágenes, y los demás, en cambio ganarán”. Liquier, inspector de Enseñanza Primaria, se expresa así: “He asistido a muchas lecciones filmadas y he obtenido la convicción de que el cine escolar, practicado por un maestro documentado, hábil para provocar la observación y sabiendo hablar a los niños, es un valioso instrumento de enseñanza y de desarrollo intelectual”. Es preciso subrayar un hecho indiscutible a la hora actual: la pantalla cinematográfica ejerce influencia de primer orden sobre el público que asiste a las representaciones, llegando a moldear hábitos. Cotidianamente es dable anotar la copia que hacen nuestras niñas de las expresiones de sus artistas favoritas; lo mismo podría decirse de los gomosos que encontramos a cada paso; y de los pilletes que estilizaron sus actitudes contra la propiedad, viendo discurrir por la tenia solitaria de la película, el proceso policial de un asalto nocturno. Entonces ¿no valdría la pena orientar esa inmensa carga de energía hacia fines sociales fecundos? ¡Desgraciadamente, precisa despertar! Vivimos en el país de la carreta “chancha”, donde la inopia de todos los climas, parece que hubiera encontrado su cuartel general; donde es peligroso remover funcionarios que marchan colgados del carromato estatal; donde hay que arrojar sobre el platillo de toda deliberación importante, unas cuantas cruces o unos cuantos triángulos!

Eugenio SILVA ESPEJO.